lunes, 25 de julio de 2011

una escena

Casi no puede tomar el té que tiene en sus manos. Cada vez que lo intenta vuelve a estallar en carcajadas que le hacen alejar rápidamente la taza de su rostro y, eventualmente, escupir el líquido que había entrado en su boca. Es que hay una escena que no se le puede ir de la mente. Se repite una y otra vez en la cabeza de Arthur (que está en la cocina, pero que a veces sube a la terraza sólo para volver a ver la escena): fiesta divertida en la casa del tipo aburrido. Todos tomando, borrachos, graciosos, armados, bailando, menos el dueño de casa, preocupado. De un momento para el otro se desata el tiroteo imaginario. Los actores actuando que actúan. Hay tiros, bombas, piñas, corridas hasta que se dispara un tiro de verdad que mata a la ficción y se acaba el juego. La trama es conocida y reproducida en diferentes versiones, pero esta interpretación es superior a cualquier otra.
La gran película no es más que un recuerdo de una excelente escena para la mente de Arthur. En su cabeza ya no están Marlon Brando, Robert Redford o Jane Fonda. Tampoco le importó la escena antológica en que matan a Bubber o que la película retrate el contexto social de una época y un lugar determinados. Arthur la vio porque leyó que el director era tocayo suyo. Y le gustó.

viernes, 15 de julio de 2011

lágrimas

Ambos están llorando. Los dos lloran por lo que ven en la película que les pasa por delante de los ojos, inalcanzable, real, mujer, pasión, vida. Uno se llama Arthur Gómez, está abrazando sus rodillas, por el frío o por el llanto, en el colchón que descansa en su terraza. La otra es Anna Karina, que va al cine a llorar a Juana de Arco. Pero para nosotros Arthur y Anna lloran mirándose a los ojos. Y entonces entendemos a Arthur, que está de acuerdo con nosotros. Se miran fijo y húmedo. Como toda textura relacionada al amor. Arthur venía intentando llorar, forzando la lágrima, desde que empezó la película y ella lo ignoraba por completo. Veía la indiferencia de Anna y la puteaba, se enfurecía, pero no podía llorar. Se pellizcaba una pierna, se mordía una mano, pensaba en su tía muerta, pero nada. Anna Karina hacía su vida, caminaba como sólo caminan las mujeres que se saben observadas por todo aquel que tenga buen ojo, buen gusto o sea humano. Anna hacía su mejor película. O la mejor película protagonizaba a Anna de tal manera que verla y no enamorase una vez más era como acuchillar a un recién nacido. Y, entre tanto, de los ojos de Arthur salían algunas lágrimas, pero finas e incómodas. Hasta que Anna lo miró a los ojos en un llanto que era mucho más que una cara bonita mojada, y Arthur explotó en lágrimas. De las saladas, de las sinceras, las que sólo son perceptibles cuando son secadas o anunciadas por otros. Lágrimas que caían de algún lugar que no tenía nada que ver con los enamorados ojos de Arthur, sino que venían, como ríos llenos de gotas, desde muchos años atrás, con nombres y momentos alejadísimos de esa terraza en la que sólo se albergaba el presente, puro y artificial.

martes, 12 de julio de 2011

jugando con fuego

Termina la película y Arthur baja corriendo al living de su casa. En algún lado tienen que estar esas dos escopetas que acaba de ver en el film. Reconoce el desorden en el que vive y se promete, una vez más, limpiar y ordenar al otro día. Revisa por todos lados. Se fija en sitios en los que hace años que no eran mirados por algún humano. Cada cajón, caja o ropero puede pasar de ser un mugroso contendor de mugre a un tesoro de perlas y diamantes con solo albergar en él o ella las dos escopetas que Arthur heredó de su abuelo, que éste había heredado, a su vez, de su abuelo. El abuelo de su abuelo las usaba para cazar, en Irlanda. Su abuelo las exhibía orgulloso en el living de su casa, en Almagro. Arthur no sabía dónde las tenía pero por primera vez estaba desesperado por tenerlas en sus manos. O por segunda vez, ya que la primera vez había sido cuando las agarró de la casa del difunto, peleándose con gran parte de la familia, argumentando que para él eran muy valiosas y que el abuelo siempre le contaba las historias de su abuelo con gran ímpetu y que eso, para él, para Arthur, era muy importante, significaba mucho más que dos simples escopetas; y así seguía, con tal de que los otros creyeran en la emoción que pretendía cubrir las notables ganas que de vender esos rifles no al mejor postor, sino al primero que por ellos soltara algún billete. No las vendió porque se habrá olvidado de llevarlas a algún lado o porque no encontró el momento oportuno para hacerlo y ahora estaban en algún lugar de la casa.
El último lugar posible era el baúl de los recuerdos. Él lo llamaba así pero en el baúl no había recuerdos sino cosas que no sirven para nada. Para recordar, tal vez. Pero para recordar lo mal y solo que se está en esta vida. Ahí encontró, por ejemplo, el vestido que usó su madre cuando se casó con su padrastro; un yo-yo de madera, con el que Arthur jugaba cuando era chico; revistas que le había regalado un tío y que él nunca había leído; un osito de peluche que no sabía de quién era ni cómo había terminado ahí; el mantel que usaban en su casa de pequeño sólo para navidad y año nuevo; una foto de Carnaval cuando era chico, y atrás de la foto decía: “Te quiero como sos”. La letra, inconfundible, era de Anabela. Sos una maldita perra, dice Arthur en voz alta, casi gritando y con la marca presente de algunas de las películas que vio esta semana. ¿Como soy? ¿Cómo soy? Soy desordenado, sucio, algo gordo, peludo, y muchas cosas más. Pero entre las muchas cosas que soy, soy una persona que no comparte casi nada con vos, puta. Eso es lo que más te gusta de mí, ¿verdad?

Después de estar tirado en el piso mucho tiempo, pensando mucho, en un rincón de su casa, con la foto de Carnaval en la mano, Arthur fue hasta la cocina, se hizo un té y se sentó en el sillón para seguir reflexionando con tranquilidad. Otro día buscaría las dos armas humeantes. Ahora en la radio está sonando “Yira yira”.

lunes, 11 de julio de 2011

dinosaurio

Arthur tuvo un sueño que está dibujado en Internet: http://www.mantrulcomics.com.ar/comics/00482-peliculas-resumidas-9/. Había visto Jurassic Park porque estando con Carnaval se le dio por pensar que quizás éste era descendiente de dinosaurios. Cosa que seguramente sea cierta, tan cierta como incomprobable.
Arthur recuerda el sueño que tuvo y la película que vio y se imagina a muchos Carnaval gigantes, herbívoros, veloces, dientudos, con colas largas. Todos del mismo color. Se imagina con Anabela alimentando a los animalitos, dándoles de comer en la boca, los dos solos (en cuanto a humanos) en un tiempo infinito, recostados en alguna rama de algún árbol inmenso.

No hay nada como un buen parque jurásico.

martes, 5 de julio de 2011

acción

Mientras Arthur piensa que si quemaran todas las películas del mundo a él no le perjudicaría, pues, se tiraría un tiro en la cabeza y ya, en la pared hay colores que lo hacen sentir a gusto. La música también es de su agrado. Es raro, pero lo único que le incomoda es que se siente cómodo con lo opuesto a las intenciones que prende trasmitir la película: le es agradable la deshumanización. Y en especial el trato tan burlón, casi obvio, que aparece en la película. No le cae bien Montag, por blando, no le cae bien el jefe de Montag, que cree muy duro. Truffaut lo dirige. Lo agarra de la remera, lo levanta del colchón, Arthur no hace nada, cuelga de la mano invisible que ahora lo suelta en el precipicio y cae en medio del bosque. Hay gente que lo único que hace es repetir guiones de películas de memoria. Cada uno se sabe el guión de una película diferente. Arthur no se sabe ninguno, no está cómodo; tiene frío y extraña a Carnaval. Piensa en que la maestra tiene la misma sonrisa que Anabela, si ésta supiera leer.
Ahora Truffaut le dice que se pare y baje a la cocina. En la cocina le dice: vos te parás acá, girás para la derecha, ponés el agua para el té y te apoyás de espaldas en la mesada. Después aparece Carnaval, vos le acariciás la cabeza y caminás hasta la ventana. Escena última y final: vos contra el marco de la ventana viendo cómo nieva en la calle, exhalás cerca del vidrio, zoom al vidrio empañado, comienzan a aparecer los títulos.