Por eternos segundos Arthur mira y Carnaval es mirado. No pasa más nada en el medio, con eso basta. El resto es vacío, no existe. Hasta que Carnaval decide cambiar el rumbo y en vez de seguir dando vueltas al colchón, encara para uno de los vértices de la terraza. Va hasta el borde con la elegancia intacta, impecable. Y con las cuatro patas en la ancha cornisa que divide la terraza del abismo, entre plantas y macetas, ruge como el león de
Arthur, que un ratito antes, mientras miraba la película, estaba pensando qué era lo que hizo durante 1997, no entiende mucho la situación. Y sigue mirando a su perro y se enorgullece. Lo que pasa, aunque Arthur ni se lo imagine, es que Carnaval está contento porque, como a su dueño, le encanta el tango, y en la película suena Suite Punta del Este, de Piazzolla.