viernes, 19 de julio de 2013

las primeras horas

Como siempre, Arthur va y vuelve de su pasado a su presente y de éste a algún otro lado. A través de películas, de la memoria. Ahora que es adulto se da cuenta de que hay muchas maneras de viajar y recuerda cuando era adolescente y decía que lo único que quería era tomarse un avión. A lo largo de su vida tuvo la posibilidad de tomarse varios aviones, de conocer muchos lugares, muchas personas, y sin embargo hace algunas decenas de años eligió pasar el resto de su vida en la terraza de su casa, en las películas que allí proyecta. Nadie sabe si es una buena o una mala elección porque a nadie le importa, porque Arthur no conoce a nadie. Y eso, que es lo que busca refugiándose en su casa, hoy es lo que más le entristece. Arthur puede decir de memoria un diálogo de alguna película italiana de los sesenta, puede enumerar todo el elenco de la película más olvidada, conoce centenares de directores portugueses, pero no se acuerda ningún número de teléfono, prácticamente porque no tiene a quién llamar.
Desde las 00:00hs, en Argentina es el día del amigo. Arthur sólo tuvo dos amigos en su vida: René, que murió hace más de diez años, y Ricardo, al que vio por última vez a los trece años.
Ahora Arthur se acuesta en su terraza, piensa en su infancia y llora porque el recuerdo de su abuela lo emociona, piensa en su juventud y como no recuerda gran cosa, y como está algo cansado porque ya está casi amaneciendo y tiene frío y vio dos o tres veces la misma película, se queda dormido. Después se despierta y todo sigue igual de confuso y contradictorio. Siente placer y rechazo y está no del todo insatisfecho con saber qué le espera al otro día.

viernes, 5 de julio de 2013

noche fría

Arthur se despierta y todo está en silencio. Supone que deben ser las tres o las cuatro de la mañana, pero no son más de las once de la noche. En invierno la ciudad se mueve menos. Cuando sale de la cama Arthur siente que su remera se le congela. Va hasta el armario y busca una camisa. Se la pone, siente que es poco y se pone otra. Así hasta cinco. Luego un pullover y después una campera. Va hasta la cocina y se prepara un té. Le gusta quedarse con las manos reposadas sobre la pava, con el cuerpo cerca de la hornalla. Del pico de la pava comienza a salir vapor, él lo mira y cree que es gas, entonces acerca la nariz y no siente nada, se le humedece la piel de la cara. Arthur no quiere apagar el fuego, se siente cómodo. El agua está hirviendo. La pava comienza a hacer un ruido que le molesta y por fin decide apagar el fuego. Inspira por la nariz inflando el pecho, el ambiente no huele a gas. Se prepara el té, le pone seis o siete cucharadas de azúcar y sube a la terraza con la taza entre las dos manos.
Arthur se sienta en el colchón abrazándose las piernas. Recién ahí se da cuenta de que tiene pantalones cortos y eso le da frío. Pero la película ya empezó y no quiere ir a cambiarse porque no quiere interrumpirla. La mira concentrado, lo atrapa desde el comienzo. Pero en un momento, después de más de media hora de película, justo cuando tiene que inclinar la cabeza para atrás con tal de llegar a tomar los últimos mililitros de té, la taza le tapa la pantalla y él desvía la mirada hacia el techito que está sobre la puerta de entrada a su casa. Ese techo no tiene mucho sentido ya que está justo después de la puerta que comunica la casa de Arthur con la terraza. Es la única parte de la terraza que está techada y no mide más de un metro cuadrado. La cosa es que en la punta de ese techito, entre la chapa y la madera, Arthur ve una araña grande. Y la atención de Arthur queda pegada de la tela de la araña. Brilla un hilo casi trasparente que une el techo con una de las paredes. La araña se deja caer, como volando hacia abajo, y en un momento frena y vuelve a subir hasta el techo, vuelve a caminar en el aire hasta la pared y vuelve a tirarse al vacío. La red es cada vez más grande. La araña va y vuelve moviendo las patitas a gran velocidad. Ya para ese entonces la atención de Arthur no puede ni moverse, está envuelta por ese hilo pegajoso que apenas lo deja respirar. La araña se frota las manos (en un gesto que habrá copiado de alguna de las moscas que suele comer) y luego sigue dejando saliva suspendida en el aire a unos dos metros del piso de la terraza.
Arthur mira hacia arriba inclinando la cabeza, entrecerrando los ojos. Le cuesta tragar. Unas sogas extrañas le tapan el cielo. Ya no tiene tanto frío. De fondo suena una música que indica que la película ya terminó. Y en la telaraña gigante que está sobre su cabeza, Arthur reconoce el rostro de Anabella.