jueves, 24 de abril de 2014

sobre el arcoíris

-Estoy cansada de estar sola.
-Todo el mundo está solo (...)
Pero es mejor pensar que no se está solo, aunque se esté, que saber que estás solo todo el tiempo…

Pone un pie en la terraza y se arrepiente. El suelo está caliente, le dio el sol todo el día y ahora parece una plancha después de hacer un churrasco. La luna está espectacular y Arthur prefiere salir a dar un paseo. Carnaval mueve la cola, piensa que va a salir pero su dueño ni piensa en él.
Sale solo a caminar por las veredas vacías del barrio. Camina pensando en la cantidad de líneas que ve. Arthur, sabemos, es un tipo sin muchas ambiciones, por lo que las cosas buenas que le suceden nunca estuvieron premeditadas ni fueron obtenidas gracias a un esfuerzo consciente. Al doblar en la esquina se encuentra con un negro que vive en la calle y eso es algo bueno. El tipo tiene una barba tan blanca que parece encendida. Está sentado en el piso, con la espalda apoyada en una cortina de chapa y por más de que hagan casi treinta grados de sensación térmica en la cabeza tiene puesto un gorrito de lana que no le llega a tapar las orejas. Es mucho más flaco que Arthur y tal vez más viejo, aunque nunca se sabe. Arthur cuando lo ve se detiene, el negro le sonríe y le pregunta si quiere que le cuente una historia. Después de aceptar un cigarrillo, antes de que empiece a contar sobre un bandolonista que él iba a ver cuando era joven, hace muchos años, Arthur ya está sentado a su lado. Un gordo que tocaba para personas que todavía no habían nacido. Arthur sabía de quién se trataba pero igual hacía silencio, se limitaba a escuchar, como debe hacerse cuando habla un viejo. A veces, contaba el negro, se caía de la silla en la que estaba sentado mientras tocaba. Arthur se pasaba la mano por la frente transpirada. El alcohol y las drogas lo arruinaron, una vez vi cómo lo sacaban arrastrándolo del escenario. Arthur seguía sin decir nada, sólo movía la cabeza (pensaba que a él le habían contado otra anécdota del mismo músico: una noche estaba tocando en un lugar donde solía tocar y no recuerda más nada, no recuerda que en un momento alguien de la tribuna dijo algo o no paraba de hablar y él le gritó algo y el otro le contestó, no recuerda qué se dijeron, no recuerda que de repente empezaron a volar sillas y botellas, no recuerda que vino la policía y se los llevó a todos, en un momento se despierta y lo único que reconoce es a su mejor amigo y representante sentado al lado, entonces le pregunta dónde están, en la comisaría, dice el otro, y el músico repregunta: a quién vinimos a sacar). Nació mucho antes de lo que debía, no lo soportó. Arthur mató un mosquito que estaba por picarlo en el brazo. Después de un breve silencio el otro comenzó a decir que lo que a él le fascinaba era viajar como si fuera música, Yo soy el efecto doppler (Arthur no sabía que se refería a cuando un sonido cambia desplazándose), dijo y al reírse perfumó la vereda de vino. Siendo muy joven se había ido de Senegal y recorrió gran parte del mundo, más de 27 países, 3 continentes, 69 ciudades. Soy un turista constante, aclaró, estoy permanentemente de vacaciones. Aunque no lo terminó de entender, a Arthur le gustó eso y se dio cuenta de que él tampoco trabajaba.
Arthur dejó que el otro no hablara por unos minutos y le dijo que se tenía que ir a ver una película en la terraza de su casa antes de que amaneciera. Le contó lo de las películas para demostrarle que él también es un viajero, que él tampoco estaba solo. Pero el negro entendió otra cosa. Le dijo que las terrazas son el punto más alto, pero también son el anteúltimo paso del suicida. También dijo: desde la terraza se ve la ciudad como sobre un arcoíris.