miércoles, 2 de marzo de 2016

algo sale mal

Es de noche. Arthur abraza su taza de té como si fueran todas las aspirinas del mundo. Tiene fiebre y dolor de garganta. Siente frío en todo el cuerpo a pesar de estar abrigado como si fuera julio. Sin embargo, no puede dejar su terraza hasta que no termine la película. Hay algo inexplicable que lo une durante 138 minutos a su terraza. Ni se le pasa por la dolorida cabeza la posibilidad de irse a la cama y ponerse una toalla húmeda en la frente. Por más voluntad que ponga, no lo puede controlar. Y mientras ese imán misterioso ejerce sobre él, el mundo sigue girando. Si pudiera, Arthur envidiaría a todos los que están por fuera de esa capsula de tiempo que lo engloba. Pero ni eso puede.
Cuando termina la película Arthur se para y se queda unos segundos estático, escuchando el piano que acompaña a los títulos. Después camina unos pasos, se asoma a la ciudad. La música, su cara, el perro que lo mira desde un costado, todo parece el final de una película que no tiene nada que ver con la película que acaba de terminar. Arthur mira a cuatro jóvenes que pasan caminando por la vereda, al ventilador de un aire acondicionado del edificio de enfrente, a un colectivo que se detiene para que un auto termine de estacionar. Arthur llega a divisar a la pareja que está dentro del auto y los nota nerviosos. Antes de que termine la música que suena de fondo, o sea antes de que se rompa el hechizo, le sorprende el ruido de un auto que pasa a toda velocidad por una avenida un tanto lejana. Arthur recuerda que cuando manejaba tenía miedo de que le vengan ganas de estornudar. De repente deja de sonar Vivaldi y en la realidad explota la burbuja que encerraba la terraza. Los conductores resfriados son tipos inconscientes, piensa Arthur en la mayor de las soledades.