El amor es lo ambiguo, piensa mientras ve una película que cuenta una
historia de amor sin que los protagonistas de den un beso. Ellos quieren tener
muchos bebés pero adentro de su cuerpo sólo hay balas. Ese podría ser el
estribillo de una canción de metal o el argumento de alguna novela post-apocalíptica.
Los huesos, que se les forman a las embarazadas en la panza, acá son los
resabios de las vacas que no sirven ni en las carnicerías. El centro de todo es
la carne. O un arma en las manos de un bebé.
Ellos no son muchas cosas. Y eso es lo que a Arthur más le atrae. Hasta que
termina. Y ahí sí son algo. Entonces no le gusta el final. Se le ocurre algo.
Mira para los costados, a su alrededor. Su perro no está con él. Hay muchas
maneras de estar juntos, piensa Arthur. Y ahí es cuando se le ocurre contarle
la película a Carnaval, al otro día, mientras desayuna. Contarle escena por
escena. Todos los lugares que aparecen, todas las cosas que se dicen los
protagonistas. Cantarle el tema de Manal. Y antes de llegar al final, callarse.
Dejar al final flotando en el vacío, como si fuera el silencio que viene
después de un disparo.