jueves, 7 de marzo de 2013

pintor

Un tipo está pintando el edificio de enfrente. Está sentado en una tabla que está sostenida por dos sogas. En los extremos de la tabla cuelgan dos tachos de pintura. El tipo se balancea de izquierda a derecha, a centímetros del edificio, casi rozándolo, como acariciándolo con las rodillas, con el fin de llegar a abarcar la mayor cantidad de pared posible. Cada vez quiere llegar más lejos, y –el esfuerzo hace que- cuando se columpia para un lado se estira tanto que parece que va caer hacia el costado, hasta que va para el otro lado, y en el camino recarga su rodillo, y cuando llega al otro extremo lo mismo, estira el brazo y apoya el rodillo en la pared, el envión hace el resto. El movimiento es el de un limpiaparabrisas con vértice arriba; un limpiaparabrisas que en vez de limpiar, pinta. De un lado al otro. Una y otra vez. Va hacia la derecha, tira todo el cuerpo para el costado, separa la mitad del culo de la tabla, estira el brazo, llega hasta debajo del balcón del octavo, parece que no puede hacer más equilibrio y justo cuando está por caer, cuando parece que ya no hay salvación, la cuerda comienza a tensarse y él parece como que chocara contra algo, algo que lo expulsa bruscamente para el otro lado. Lo mismo para el otro lado, con el brazo cambiado. Pareciera que Arthur ve un partido de tenis o a un eskeiter haciendo piruetas en una mediatubería.
Son las doce del mediodía. Hace un calor sofocante y la ciudad está invadida por ruidos de máquinas, bocinas, alarmas. Arthur se quedó dormido en su terraza; se despertó insolado y hasta el ruido más leve le retumba dentro de la cabeza. Le costó ponerse de pie. Le duele el cráneo. Está mareado. No piensa en que la noche anterior vio una de las películas más graciosas de la historia de del cine. Piensa, en cambio, en tomar mucha soda, en quedarse horas debajo de la ducha. Pero cuando está por irse de la terraza ve al tipo del edificio de enfrente. Entonces va hasta el borde se su terraza. Primero no hace más que mirarlo. Después piensa en que el tipo podría ser más prudente. Y más tarde ve que la soga que sostiene al pintor roza constantemente con el borde de la cornisa de enfrente. El tipo: piensa en qué va a hacer cuando termine su horario laboral. Arthur: comienza  a gritarle desesperadamente, pero le cuestan las palabras, siente un ardor atroz en la garganta: está afónico. El tipo: sigue pintando sin inmutarse. Arthur: está como loco porque ve que en cada movimiento del tipo la soga se deshilacha más. El tipo: ahora canturrea un tango que no se sabe muy bien. Arthur: se saca la ojota izquierda y la lanza hacia donde está al tipo, quiere llamarle la atención, avisarle que la cuerda no da para más, pero se da cuenta de que no tiene fuerzas. El tipo: “¿Dónde estará mi arrabal? ¿Quién se robó mi niñez?”. Arthur: agarra una maceta pequeña, la tira hacia el edificio de enfrente pero ésta –tal como la ojota- cae en la mitad de la calle.
Por la cabeza de uno ni siquiera pasa la posibilidad de caerse, el otro espera –impotente y angustiado- ese momento con la certeza de que sucederá tarde o temprano. De haberse conocido en otro contexto lo más probable es que hubieran terminado amigos. Ahora es distinto. El tipo: no sabe, ni siquiera sospecha de la existencia de Arthur. Arthur: se mete en su casa puteado al tipo –sin voz-, pensando en que prefiere tomarse unas pastillas para dormir antes que verlo caer. (Podría o debería pensarse en que el tipo es una metáfora de la vida de Arthur: alguien que en la soledad nunca termina de caer y no sólo no se da cuenta de eso sino que tampoco se da cuenta de que no está tan solo como cree. O al revés, que Arthur es una metáfora del tipo: alguien que primero se desespera por el prójimo pero al darse cuenta en la soledad en la que vive, prefiere resignarse, no pensar, salir del trabajo, ir a la cantina a tomar hasta quedar inconsciente. Dos caras de una misma moneda.)