martes, 27 de septiembre de 2016

sombras

Ve en la terraza de su casa una película de Philippe Garrel. No sabe de dónde salió esa película. Entre mucha distracción hay una escena que le gusta. El resto es un frío que no se tolera. Arthur toma whisky y se frota las manos. Pero el viento además de despeinarlo y enfriarle las orejas, mueve las hojas de sus plantas. Ese ruido es el que lo distrae. No puede pensar más que en los que comen pochoclos en el cine y hacen ruido. Como muchos que no lo toleran y no se animan a decirle al que está comiendo que pare de mover las manos, Arthur no puede hacer nada. Mira la película pero sigue pendiente del ruido que le viene de atrás y al costado. Casi todo el tiempo está por darse vuelta y pedir silencio. Toma más whisky, piensa en lo ridículo de decirle a una planta que se calle. Se pone serio repentinamente, y trata de prestarle atención a la película.
Piensa en que siempre hay otros que ya lo hicieron. Pasa con cada una de las cosas. Antes no tenía ese pensamiento. Duda. No sabe si se está poniendo viejo, si la película es mala o ambas cosas. No sabe qué pasa. Él puede mirar igual muchas películas pero no puede haber muchas películas iguales. En algunos temas conviene ver siempre la misma.
Cuando termina la película ya no hay tanto viento y tiene muchas partes del cuerpo congeladas. Mira para atrás. Las plantas están quietas. Se queda mirándolas. Brillan porque les da una luz que viene de otro lado. La música sigue. Con los títulos sube el humo que sale de su boca. Arthur no mueve nada. La mirada fija en sus plantas. Las hojas no se mueven. Y en medio de esa quietud monumental se arrepiente, dice: cada momento es único. 

lunes, 29 de agosto de 2016

no pibe

El amor es lo ambiguo, piensa mientras ve una película que cuenta una historia de amor sin que los protagonistas de den un beso. Ellos quieren tener muchos bebés pero adentro de su cuerpo sólo hay balas. Ese podría ser el estribillo de una canción de metal o el argumento de alguna novela post-apocalíptica. Los huesos, que se les forman a las embarazadas en la panza, acá son los resabios de las vacas que no sirven ni en las carnicerías. El centro de todo es la carne. O un arma en las manos de un bebé.
Ellos no son muchas cosas. Y eso es lo que a Arthur más le atrae. Hasta que termina. Y ahí sí son algo. Entonces no le gusta el final. Se le ocurre algo. Mira para los costados, a su alrededor. Su perro no está con él. Hay muchas maneras de estar juntos, piensa Arthur. Y ahí es cuando se le ocurre contarle la película a Carnaval, al otro día, mientras desayuna. Contarle escena por escena. Todos los lugares que aparecen, todas las cosas que se dicen los protagonistas. Cantarle el tema de Manal. Y antes de llegar al final, callarse. Dejar al final flotando en el vacío, como si fuera el silencio que viene después de un disparo.

miércoles, 2 de marzo de 2016

algo sale mal

Es de noche. Arthur abraza su taza de té como si fueran todas las aspirinas del mundo. Tiene fiebre y dolor de garganta. Siente frío en todo el cuerpo a pesar de estar abrigado como si fuera julio. Sin embargo, no puede dejar su terraza hasta que no termine la película. Hay algo inexplicable que lo une durante 138 minutos a su terraza. Ni se le pasa por la dolorida cabeza la posibilidad de irse a la cama y ponerse una toalla húmeda en la frente. Por más voluntad que ponga, no lo puede controlar. Y mientras ese imán misterioso ejerce sobre él, el mundo sigue girando. Si pudiera, Arthur envidiaría a todos los que están por fuera de esa capsula de tiempo que lo engloba. Pero ni eso puede.
Cuando termina la película Arthur se para y se queda unos segundos estático, escuchando el piano que acompaña a los títulos. Después camina unos pasos, se asoma a la ciudad. La música, su cara, el perro que lo mira desde un costado, todo parece el final de una película que no tiene nada que ver con la película que acaba de terminar. Arthur mira a cuatro jóvenes que pasan caminando por la vereda, al ventilador de un aire acondicionado del edificio de enfrente, a un colectivo que se detiene para que un auto termine de estacionar. Arthur llega a divisar a la pareja que está dentro del auto y los nota nerviosos. Antes de que termine la música que suena de fondo, o sea antes de que se rompa el hechizo, le sorprende el ruido de un auto que pasa a toda velocidad por una avenida un tanto lejana. Arthur recuerda que cuando manejaba tenía miedo de que le vengan ganas de estornudar. De repente deja de sonar Vivaldi y en la realidad explota la burbuja que encerraba la terraza. Los conductores resfriados son tipos inconscientes, piensa Arthur en la mayor de las soledades.