miércoles, 5 de diciembre de 2012
obsesión
viernes, 26 de octubre de 2012
una pieza
Arthur está parado en su terraza. Mira una película. Tiene una taza de té en su mano y de entre los labios le cuelga un cigarrillo.
Arthur a veces piensa que el mundo pudo haber sido mejor. Otro. Pero la mayoría del tiempo se la pasa comiendo, durmiendo o mirando películas en su terraza. Quiere mucho a sus mascotas y a sus plantas, pero sabe que con eso no alcanza. Y se resigna, muchas veces se resigna incluso a pensarlo demasiado. Esa noche, por ejemplo, la idea se le pasa por la cabeza. Apaga el cigarrillo. Qué estoy haciendo, dice. Y sin detener la película que mira, va hasta donde están todas sus plantas. Pasa una mano por las hojas, como acariciándolas, mientras tararea una canción que es parte de la película que continúa proyectándose en la pared. Arthur se arrodilla y abraza a un arbolito que mide un poco más que un metro. Pareciera que baila un lento con el tronco. La escena es patética. Arthur no está bien.
viernes, 19 de octubre de 2012
vuelve a salir
Esa misma tarde sale a la calle, otra vez. Apenas abre la puerta de su casa ve que Gladis lo está saludando desde la puerta de su local. Arthur hace una mueca, un gesto que pretende ser cordial, y se va para el otro lado. Quiere correr por la vereda pero se contiene las ganas. Está con Carnaval. Lo lleva al veterinario, a que le den una vacuna. Sigue pensando en las raras actitudes de la almacenera cuando está frente al veterinario, que le dice: usted es un inconsciente, cómo le va a colocar las vacunas así. Es que la última semana, con tal de no salir de su casa, Arthur le pidió a Gladis que le consiga las vacunas para Carnaval, y sin tener ni idea de cómo ni dónde, él mismo colocó las inyecciones. El veterinario lo vuelve a increpar, le pregunta si lo quería matar. Arthur se pone pálido. Se salvó de milagro, continua el veterinario mientras acaricia la pata del perro, cerca de lo que en los hombres es el antebrazo, lugar en donde Arthur pinchó varias veces en los últimos días. Por suerte todo termina bien, Carnaval debe hacer una dieta estricta para limpiar todas las dosis de mala praxis aplicadas por su dueño.
Arthur vuelve a su casa. Está destrozado, fue un día productivo pero agotador. Duerme una siesta en un sillón y sueña que ve a su perro caminando por el techo. Se despierta cuando ya es de noche y come un pancho que había en la heladera. Sube a la terraza. Encuentra lo de siempre: un colchón tirado en el piso y a su perro encima. Enciende el proyector para ver una película. Perfect day. Se tira al lado de Carnaval, da las primeras pitadas mirando el cielo.
domingo, 7 de octubre de 2012
volar
Arthur se siente mal. Es como si otra persona apenas más flaca que él estuviera dentro de su cuerpo, y constantemente le pregunte, desde su interior, cosas que Arthur no quiere escuchar.
No está enfermo, y eso lo fastidia. No sabe por qué, pero está en una mala noche. Y quiere encontrar la explicación en dolores físicos que no siente, en líneas de fiebre que no tiene, en ruidos y olores inexistentes.
Se mete dos dedos en la garganta, intenta sacar al monstruo que habita y retumba en su interior. Vomita. Y antes de que termine la película, se queda dormido (clavado) en el colchón de la terraza.
viernes, 5 de octubre de 2012
dos párrafos
Y Arthur, que ni se imagina todas estas cosas pero que de algún modo las siente, esta noche está llorando porque recuerda y extraña a Anabella.
martes, 18 de septiembre de 2012
con Carnaval
viernes, 24 de agosto de 2012
el mismo de siempre
jueves, 2 de agosto de 2012
se pregunta
¿Pensarán en eso los que hacen las películas? El único ejemplo que se le viene a la cabeza es el de los directores de películas porno que se venden/descargan en internet. Esos, aunque muy probablemente se equivoquen, es probable que piensen en tipos solos, gozando frente a su computadora. Pero qué pasa con los otros. Las películas que se anuncian para toda la familia, o para ver en familia, a qué familia se refieren. Lo mismo con las que son para niños o prohibidas a menores de dieciocho años. Supongamos que haya realizadores que piensen en el público que verá el film, ¿piensan éstos en cómo verán sus películas estos presuntos espectadores? ¿Lo subjetivo, en la interpretación, es doble: todo el pasado del espectador (lo que vio, pensó, le dijeron, hizo) más el presente, el/los momento/s en que la ve?
Y de tanto prestar atención al contexto, o sea a lo que lo rodea pero sobre todo a sus pensamientos, se da cuenta de que está mirando una película recién cuando ésta termina. Y la experiencia lo cachetea. Consigue a los golpes una respuesta a muchas de las preguntas que se estuvo haciendo durante todo este tiempo, una respuesta que interroga mucho más de lo que contesta, como si el precio de contestarse todas estas preguntas fuera estar dispuesto a enfrentarse a una mayor cantidad de nuevas y más complejas preguntas. Entonces: si una película termina de tener sentido cuando alguien la ve, en este caso el contexto hizo que Arthur encuentre el sentido precisamente en no haberla visto, ya que mientras la veía prestaba atención a otra cosa, sus ojos veían el film pero con su cabeza miraba, se preguntaba, otras cosas.
lunes, 30 de julio de 2012
cosas
Esta noche, que se propuso ver sí o sí una película, la proyección duró poco. Es que se aburrió a los quince minutos y prefirió escuchar unos tangos con los ojos cerrados, acostado en la terraza, bien abrigado, sabiendo que detrás de los párpados las estrellas celosas lo mirarán quedarse quieto y solo.
viernes, 13 de julio de 2012
mundos
En la primera mañana, la que es fría y empuja a Arthur hasta su cama, las colillas rebalsan la taza como hormigas que salen del hormiguero y lo que ayer fue reflexión de fracasos o ideas truncadas, hoy es un fracaso más, una idea borrosa de una noche y una película difícil de digerir y una araña acurrucada sobre un congelado azulejo de alguna terraza de la ciudad.
domingo, 24 de junio de 2012
por agua
Arthur aprendió a disfrutar de las cosas de la vida real a través del cine. En este momento, por ejemplo, cualquiera que lo viera pensaría que es un loco de mierda que prefiere morirse de frío en una terraza en vez de ver la película adentro, metido en la cama o desde el sofá. Pero Arthur (que tiene las manos ocupadas porque está cortando una manzana con un cuchillo, de hoja grande y opaca, de carnicero, con mango blanco, casi un machete, que está muy afilado y que también le sirve como tenedor ya que una vez que corta una rebanada la pincha con la punta del cuchillo y se la lleva a la boca, como si fuera el mismísimo Cocodrilo Dundee), en cambio, se siente navegando.
Y ahora que hablamos de cuchillos y de aguas, pasemos a lo que importa: Anabella. Arthur disfruta de un sábado a la tarde con ella, preparando los sandwichitos de salame, tomate y queso, preguntándole qué vino llevan, discutiendo porque ella le dice no pensarás ir con esa remera a nuestra tarde romántica y él que le contesta que sí, que esa remera le gusta, que así parece marinero y que además es cábala, le trae suerte, que la usó el día en que aprendió a andar en bicicleta, y ella le dice que es un ridículo, que si no se cambia no va, y él le contesta que no importa la remera, importa lo de adentro y Anabella, en la representación que Arthur se hace de este ir a ver el atardecer al medio del océano, le dice sos un tierno, no me importa cómo te vistas, sólo quiero estar con vos. Y Arthur, en la vida real, a años luz de esa situación ilusoria, en su terraza mirando la película, sonríe contento de estar moviéndose al ritmo de las olas, feliz de haber escuchado lo que quería que ella dijera, chocho de estar sentado en la baranda del barco comiendo su manzana. Hasta que se corta el dedo gordo en una rebanada traicionera y del dolor suelta el cuchillo, que cae al suelo y hace un ruido tan fuerte, tan metálico y que retumba tanto en el silencio de la noche, en la serenidad de la casa de Arthur, que hace que éste recuerde que había puesto el agua para hacerse un té y se dé cuenta de que el ruido no era del eco del cuchillo que caía y golpeaba sino de la pava que silva, que va a tener que esperar un poco más porque antes Arthur tiene que pasar por el baño a ponerse una curita en el dedo.
sábado, 16 de junio de 2012
muerto de risa
No le importa que Gladys le haya subido del almacén nada más que verduras. Tampoco le importa estar comiendo ensalada y saber que de acá a una semana sólo comerá eso, tal vez alguna tarta. No le importa porque no piensa en eso. Piensa en la película. Ni siquiera piensa en que está pensando en la película. Tampoco piensa en todas las películas anteriores y posteriores a ésta pero que sin embargo están de alguna manera en ella. Sólo la ve. La disfruta. Se caga de risa.
Se emociona con la aventura. La película lo transforma. Generalmente a Arthur le molesta que en las películas que mira aparezca alguien que tenga el mismo nombre que él. En Crimewave uno de los personajes se llama Arthur. Pero esta vez no le jode porque a esa película que lo sacó de una gran depresión sólo comparable con la del 29 en Estados Unidos le debe las casi dos horas de carcajadas.
Incluso está feliz cuando termina la película y repite: ella me quiere.
miércoles, 13 de junio de 2012
cigarrillos
Fue en plena guerra. Estuvo prisionero una noche. Una confusión: creían que Arthur era alguien importante. O por aburrimiento: pretendían burlar a la rutina. Lo cierto es que un soldado inglés, en esa noche, en algún momento en que los demás se distrajeron en alguna otra cosa que era más interesante que pegarle al indefenso Arthur, le dio un cigarrillo. Y eso, el cigarrillo, la imagen de sí mismo fumando, es lo único que en realidad recuerda de esa noche. Lo demás lo deduce por los dolores que tenía en la cara, porque recordaba lo incómodo que era fumar con las manos (heladas) atadas en la espalda y por lo que en algún momento le contaron. Y ahora que el recuerdo de esa noche es algo grato, ahora que se acuerda de ese cigarrillo, decide disfrutar de fumar en su terraza. Se sienta en la cornisa, en la baranda, con los pies en el precipicio. Aspira lento y deja que el humo le entre hasta el fondo de su cuerpo. Tiene todo el tiempo del mundo. Disfruta al mirar en una de sus manos un atado casi lleno, mientras el viento sopla y le refresca la pera afeitada y le despeina la melena. Presiente que esa noche va durar mucho más que un cigarrillo.
lunes, 4 de junio de 2012
dulces sueños
Entonces se tira para atrás levemente, haciendo fuerza con el abdomen, largando el último humo de su cigarrillo. Toca las sábanas con la nuca mientras mira el cielo. Se queda dormido. Fundido a negro. Se despierta y es de día. Se pone un diario sobre la cara y sigue durmiendo.
-Te pasas media vida en tus sueños.
-Sí…pero dormir es maravilloso. Y cuando mueras, ya nunca más podrás dormir. O sea que ya no sonarás.
lunes, 28 de mayo de 2012
una buena decisión
Está sentado en el colchón de la terraza y duda: no sabe si ver o no una película. Tiene ganas de ducharse con agua caliente, tomarse un té, poner algún disco de la orquesta de Troilo y meterse en la cama. Y sólo con imaginarse haciendo esas cosas se convence y saca la película y va para adentro. Pero mientras baja por las escaleras prefiere cambiar el orden de acción y va a la cocina a prepararse un té. Mientras el agua se calienta encuentra, al abrir alguna de las puertas de la alacena, entre los paquetes de fideos y las galletas de arroz, un sobre con un DVD. El sobre dice: Invasión de Hugo Santiago. Arthur se imagina muchas cosas, entre ellas que se trata de la última película de Scorsese mal escrita, que un Hugo Santiago gigante y extraterrestre llegará a destruir el mundo, que la ciudad es invadida por unos pilotos para lluvia de una nueva marca llamada Hugo Santiago, que alguien inventa un país más para jugar al T.E.G., que una plaga en el planeta extermina los apellidos, etcétera. Entonces desecha la idea de la ducha y la cama, se olvida del cansancio que tenía y decide, curioso, ver la película.
jueves, 24 de mayo de 2012
por tierra
Pero por otro lado está convencido de que, al mirar una película en la terraza de su casa, está haciendo lo que debe, y cruza las piernas, tira para atrás los hombros haciendo sonar la columna y suelta algunas carcajadas de felicidad. Todo con una seguridad, una convicción que le enorgullece tanto que no le da tiempo a preguntarse de dónde sale, ni dónde quedaron las dudas que hace unos segundos eran miles.
En un momento de lucidez, por ejemplo, se pregunta si no será aquel accidente automovilístico la causa de que ahora aborrezca (¿tema?) salir a la calle. Pero, aunque en su mente aparezcan imágenes de autos chocados y bomberos apagando el fuego, no sabe si el accidente realmente pasó ni a quienes involucró. Es como cuando un niño sabe que San Martín era un tipo que andaba a caballo, que estuvo por las montañas, y quizás hasta lo reconoce en algún cuadro o estatua, pero no sabe bien para qué hizo lo que hizo ni por qué lo nombran todos los adultos ni se pregunta si está bien o está mal que esté en las escuelas y las plazas. Con Arthur es lo mismo. Y ya que estamos con el prócer: lo que él siente al ver You are not i, es lo mismo que debió sentir San Martín al cruzar en camilla los Andes. Mezcla de heroísmo e inconciencia, de valentía y enfermedad, de liberación y condena.
viernes, 18 de mayo de 2012
méxico
Como si estuviera en un descampado del DF, Arthur está sentado en su terraza al lado de un balde de chapa. Cada hoja que termina de leer va a parar, hecha un bollo, al balde donde arden unas maderas que originan llamas amarillas. Alimenta la fogata porque gracias a ella puede ver lo que lee, y además porque en esta noche de otoño corre un viento fresco y quiere tener el cuerpo caliente cuando en minutos se ponga a ver una película de Buñuel.
lunes, 7 de mayo de 2012
en las nubes
De todos modos, cuando se despierta el martes a las 23, se pregunta cómo habrá estado, de qué se habrá hablado en la reunión de consorcio. No llega hasta la preocupación pero no puede negar que es una incertidumbre que no se le va de la cabeza. Mientras está en la terraza con una taza en una mano y el control remoto en la otra, piensa en que, cuando le pregunten, lo más inteligente será contestar que tuvo un pequeño accidente doméstico, que se chocó la frente contra el extractor cuando fue a agarrar la pava y que una amnesia temporal hizo que se olvidara de la reunión.
martes, 10 de abril de 2012
piel
Mira una película en la que la protagonista, nada menos que Jane Asher, muere en una pileta vacía. La escena es intensa, a Arthur le llega hasta lo más profundo. Se le pone la piel de gallina. Pero antes de ver la escena de la pileta, Arthur está feliz porque la película no le deja pensar en otra cosa que no sean los veranos en los que fue a la colonia de vacaciones. En los que corría por los pasillos del club, jugaba a la guerra de flotaflotas con Anabella, tiraba un anillo al fondo de la pileta para ver quién lo encontraba, andaba en su bici de carrera, se agarraba a piñas con otros niños, les temía a algunas viejas que se metían en la misma pileta que él. Eran los años en los que, sobre todo debido a que era el rey del ping-pong, parecía un niño como cualquier otro, un niño normal. Y esos años, esa infancia que maldijo y despreció durante tanto tiempo hoy es la causa de la gota que cae, salada, por la piel de su cara.
Arthur quiere ser Arthur, quiere, de alguna manera, volver a ser ese John Moulder Brown que alguna vez supo ser, aunque esto jamás lo reconocerá, y se conformará con la terraza, con las películas, con tomar té y jugar con Carnaval. Pero en estos días todo es distinto. Arthur está muy sensible. Se emociona por cualquier cosa. De lo más pequeño hace un mundo. Ahora come un durazno en la terraza, pensando en la película que acaba de ver, en lo fuerte que fue pasar del recuerdo feliz de su infancia al doloroso final de la película. Mientras mastica, imagina que en su mano, en vez de una fruta, está la teta de su amada, Anabella. Que la piel del durazno es la piel de Anabella. Y Arthur se banca la pelusa, faltaba menos. Y los cachetes de su cara están rojos, tibios; la piel cada vez más caliente. Y cuando empieza a disfrutar del placer, en el momento en el que comienza la erección, en un mordisco apresurado, se muerde el labio inferior. Todo se congela repentinamente. Arthur se la agarra con el durazno: lo tira lejos, cae en la terraza de un edificio vecino. Y ahora todo es dolor. Llora, pero no le salen las lágrimas. Y ahora la gota es de sangre.
miércoles, 28 de marzo de 2012
dos
Entonces decidió ir hasta la cornisa para ver a qué se debía tanto ruido, tanto movimiento, y por un instante temió que se tratara de un eclipse, que en realidad fueran las cuatro de la tarde o las diez de la mañana y que, salvo por la oscuridad apagada con luces eléctricas, se trate de un día de semana cualquiera. Pero de ese pensamiento se olvidó cuando miró hacia el edificio de enfrente. Es que en él Arthur vio que muchos departamentos tenían las luces prendidas. Y en una ventana había una luz tenue, que iluminaba el ambiente con una suavidad verde o marrón. Junto a la ventana había una mujer. Estaba sentada en un sillón, de espaldas a la ventana, a Arthur, que se maravillaba por lo bien que quedaban los pelos dorados de la mujer al lado de la cortina amarilla que colgaba en los costados de la ventana. Entonces, en algún momento, ya sin temor y nervioso, sin sentir el frío que se incrementaba alocadamente, como si las horas fueran meses y el invierno lo sorprendiera en mangas cortas, Arthur va hacia un extremo de su terraza y se da cuenta de que la mujer estaba mirando una película. Y sin pensarlo demasiado decide verla con ella, en una compañía que lo acompañará hasta el amanecer, cuando interrumpa sus pensamientos diciendo en voz alta algo así como me gustó la película porque me hace acordar lo buena que fue mi abuela conmigo durante mi infancia.
miércoles, 14 de marzo de 2012
noche intelectual
sábado, 10 de marzo de 2012
fiebre
jueves, 8 de marzo de 2012
pensándolo bien
Ayer, por ejemplo, cuando estaba en el almacén de Gladis esperando a que me atiendan, y veía a toda esa gente, vecinos míos, esperando como yo, me dieron ganas de matar a uno, pegarle un tiro en la cabeza, para ver qué pasaba, cómo reaccionaban los que estaban alrededor, qué pasaría después. Otras veces, cuando estoy solo, en mi casa, me imagino en el silencio de una biblioteca. Me imagino mesas largas ocupadas por gente leyendo, cada una en su libro, y yo entre ellos. Me imagino que no tolero esa calma y me paro y le corto los dedos a uno con un cuchillo y cuando éste comienza a gritar le clavo el cuchillo en el pecho. O me pasa que cierro los ojos y veo cómo le pego un tiro a un perro, que en la película sería el caballo, pero que acá es perro y es chiquitito, no debe pesar más de dos kilos y aturde al ladrar. O también me veo a mi mismo en uno de esos lugares a los que no voy nunca, que están llenos de gente, una cancha de
futbol, un shopping, el centro a hora pico, etcétera. Me veo caminando por entre medio de toda la gente. Me veo frenando en algún momento y viendo cómo cada uno está en la suya sin que les importe lo que pasa alrededor. Y me veo sacando un arma y pegándole un tiro a uno. Y me veo sorprendido porque nadie hace nada, entonces sigo con la matanza hasta que todos enloquecen porque saben que les puede tocar a alguno de ellos. Pero la escena que más se me viene a la cabeza es la del francotirador. En ella yo estoy con un rifle antiguo pero hermoso parado ahí, en ese rincón de la terraza. Son las seis o siete de una tarde de verano. La gente abajo va y viene como si nada. En un momento veo a alguien que no me gusta. Apunto. Escucho el disparo y la veo caer. Veo a todos los que están en la calle corriendo, mirando para todos lados. Y ahí yo me escondo, apoyo la espalda contra la pared y me rio a carcajadas. Y después lloro y me pregunto quién mierda soy yo para matar a alguien.
martes, 28 de febrero de 2012
cumpleaños II
Cuando cumplieron cuatro fue más que especial porque Albertito o su familia habían querido que fuera más que especial. Y de alguna manera, también terminó siéndolo para Arthur. En los cumpleaños de Albertito nadie más que él podía tomar coca-cola, el resto debía conformase con fanta o agua mineral. Y Albertito se paseaba con su coca siempre llena, sin darle a nadie. Había un grupo que era privilegiado, los más amigos de Albertito, que se sentaban en una mesa que estaba en un rincón y que era la única a la que le llegaban las salchichas con mostaza. El resto, los comunes, se paseaban por la enorme y futurista casa, comiendo palitos y papas fritas. En un momento de la fiesta, todos, incluidos Albertito y sus amigos especiales, incluido Arthur, incluida la hermana de Albertito, se sentaban en el inmenso living de la casa cuando llegaba el show de magia. Por eso es que nadie quería perderse esos cumpleaños. Es que el padre de Albertito era famoso: uno de los mejores magos del país; y él mismo, o algún colega de parecido prestigio, se encargaba de realizar el show. Todos los años un show nuevo. Cada vez mejor.
A Albertito, ese año, le regalaron un elefante que entró por la puerta como si nada, seguido de un familiar del cumpleañero y con un cartel en la gigantesca panza, que decía feliz cumple Albert. Esto, por supuesto, indignó a Arthur, que ya venía indignado porque siempre, desde que cumplió lo doce meses de vida, se indignaba para el día de su cumpleaños. Arthur se sentía incómodo, extraño a ese mundo de festejos. Y cuando todos estaban distraídos cortó el cartel que el elefante llevaba en su panza, dejó sólo la letra A y corrió al segundo piso, a esconderse al cuarto de la hermana de Albertito, junto con ésta, que había sido
cómplice de la aventura.
Se hacen las doce y media de la noche. A Arthur le agrada irse a esa hora porque ya no le va a tener que decir feliz cumple a su amigo, cuando lo salude, al salir. La abuela de Arthur le dice a éste que vaya por sus cosas que ya se van. Arthur sale corriendo. Suena el teléfono en la casa y atiende la madre de Albertito y dueña de casa. Es su primo, con el que no hablaba hacía siete años. No lo puede creer, llora, le dice te quiero mucho muchas veces y después sí, sí, ya te paso. Llama a Albert y le dice es su padrino, Jonny. Jonny vive en un lugar muy lejano en donde todavía es el día de cumpleaños de Albert. Y llama para saludarlo. Arthur ve toda esta secuencia, piensa en que el cumpleaños de Albertito sigue mientras que el suyo ya terminó, luego le agarra la mano a su abuela y la arrastra hasta la salida. Se va sin saludar ni dar explicaciones. Todo es tan obvio que lastima. Minutos antes, después de ver cómo una tía de Albertito cantaba a capela el feliz cumpleaños en inglés, Arthur había estado encerrado con la hermana de Albertito, jugando a las cartas y riéndose de la travesura que habían hecho juntos. Y por eso estaba tan contento cuando lo fue a buscar la abuela y por eso saber de la existencia del padrino Jonny fue como un abismo, un tiro en el medio de una sonrisa.
La abuela lo fue a buscar y a Arthur le pareció extraño que no estuviera con la bicicleta. Pero pensó que quizás la había dejado atada afuera, a unas cuadras, para que la pituca familia de Albertito no percibiera las condiciones en las que viven sus invitados. Eso tenían, reflexiona ahora Arthur, las escuelas públicas de mi época. Después se le ocurrió que tal vez la abuela no la había llevado por la hora que era. Y luego concluyó que se la habían robado. De todas maneras, Arthur se aguantó las ganas de preguntar por la bicicleta. Aunque por su cabeza se preguntaba cómo se arreglarían ahora, cómo iría él a la escuela, con qué bici aprendería a andar. Miró a su abuela que se le había adelantado, corrió hasta agarrarle la mano y caminaron, cruzándose toda la ciudad, hasta la casa.
Pero la historia del cumpleaños de cuatro no termina acá. Cuando llegan a la puerta de la casa la abuela le dice a Arthur que no tiene más la bicicleta porque la vendió. Y antes de que pueda preguntar por qué, la abuela le muestra su regalo de cumpleaños: una bicicleta nueva, de su tamaño, de su color favorito, con frenos y portaequipaje trasero. Arthur rebalsa de alegría pero no por mucho tiempo. Sigamos jugando con el tiempo: recordemos que Arthur se puso triste cuando vio al niño en la puerta de su casa. Que este niño le hizo acordar a Albertito. Que al pensar en Albertito y en la actitud de su vecino tomando esa coca-cola, se acordó de su cumpleaños de cuatro. Que a la salida del cumpleaños de cuatro, después de haberse despedido solamente de la hermana de Albertito con un beso en el cachete que jamás olvidó, Arthur se fue con la abuela caminando, pensando en que le habían robado la bicicleta. Que cuando llegaron la abuela le regaló su deseo más deseado, su anhelo más anhelado, su sueño más soñado. Bueno, la tristeza que ahora siente Arthur, después de ir a comprar y ya sin ganas de cocinar, no tiene que ver directamente con todo esto, sino con que la primera vez que uso su bicicleta nueva, impecable, se la robaron a cuatro cuadras de su casa.
lunes, 27 de febrero de 2012
cumpleaños I
casa y dejó las bolsas de las compras en la mesada. Antes había subido por el
ascensor con una pareja que se bajó en el tercero y con la que no habló ni una
palabra. Antes, mientras esperaba el ascensor, pasó la portera, le dijo algo y
Arthur ni la miró. Antes, cuando entraba sonriente porque Gladis le había
regalado una banana, le sostuvo la puerta a un nene que iba con su mamá. Y
cruzarse con ellos le cagó el día. Salió a la calle con la idea y las ganas de
cocinar por largas horas y regresó con el ánimo suficiente para prepararse un
té, al que no le pondrá más que miel. Es que Arthur venía tan feliz de la calle
que no le importó tener las dos manos ocupadas de bolsas repletas y les sostuvo
la puerta con un píe, amablemente, casi gustoso, a sus vecinos que acababan de
bajar del ascensor. Pero entre ellos estaban los ya mencionados inquilinos del
2ºB. Con los que hasta ahora no había habido problema aunque tampoco conocía
demasiado, sólo se los cruzó algunas veces en las que se saludaron
desinteresadamente con la mamá mientras que el niño estaba dormido o salía
corriendo sin llamar su atención. Pero a partir de esta vez les hizo la cruz.
Ahora los odia.
La cosa fue que pasó la madre apurada, agradeciendo con una sonrisa fugaz justo
antes de volverse sobre sí para rogarle al hijo que se apurara, que iban a
llegar tarde. Y atrás de ella, segundos después, pasó el niño, conduciendo una
bicicleta con una mano, tomando una coca-cola con una pajita y con un bonete en
la cabeza. El pibe lo miró a Arthur sin sacar su boca de la pajita. Arthur
pensó que se trataba de la siguiente mixtura simbólica: le estaba dando un
piquito infinito a su amada y succionando la teta que hace años debió haber
dejado (y todo el sexo que había en la actitud del niño no lo llevaría a otra
cosa que no sea a chocar, a morder un cordón con la rueda delantera de la
bicicleta y comenzar a dar vueltas en el aire hasta caer de boca al pavimento,
y ahí, por fin, soltaría esa pajita y se convertiría en esqueiter adolecente o
en gay asumido o en las dos cosas). Y acto seguido le hizo una cara, le sacó la
lengua, le mostro los dientes deshechos con restos de banana, se puso bizco, puso
los ojos blancos al tiempo que levantaba las cejas, frunció la nariz. El niño
siguió como si nada. Tomando su coca-cola, mirando hacia adelante. Y esa fue la
imagen traumática. Ese niño, con ese pelo rubio con flequillo desparejo, con
sus cachetes colorados y pecosos, pero, sobre todo, con esa soberbia actitud,
le recordó a Albertito. Y más precisamente el día en que Arthur pasó su
cumpleaños de cuatro en el cumpleaños de Albertito. Y los cumpleaños de
Albertito eran especiales. Esos cumpleaños, que caían el mismo día que el de
Arthur, eran esperados por todos los niños del jardín, debido a diversas
razones. Incluso Arthur, si alguna vez se hubiera ocupado de organizar un
cumpleaños paralelo, hubiese tenido más ganas de ir a la casa de su amigo. Por
la hermana, pero eso ya es otra historia.
jueves, 23 de febrero de 2012
atención
una energía que le viene de algún lugar. Está parado en su colchón, levantando
todo su peso con la fuerza de la punta de los dedos del pie diestro. El otro
está flexionado, como haciendo el cuatro. Efectivamente, no está ebrio. Y
comienza a hacer ese jueguito de tocarse la nariz, alternativamente, con uno y
otro índice. Eso le divierte más que la película que ve. De la que sólo rescata
dos escenas, que aparecen proyectadas en la pared como un lingote de oro
sumergido en el Riachuelo, como los ojos de Anabela perdidos en esta miserable
ciudad. Una es la del viejo del subte, por supuesto. Y la otra es la que
muestra a la madre dándole a probar la torta a su hija, la protagonista, desde
su dedo índice. Dos escenas que Arthur considera magistrales por la forma que
adquieren al mostrar a la perversión como algo cotidiano, rutinario, casi
necesario.
Y esas dos escenas distraen a Arthur que, al verlas, se desploma en el colchón.
Cuando una buena escena lo sorprende le quita toda su concentración y no lo
deja hacer otra cosa que no sea prestarle atención, le chupan la atención esas
vampirescas, parasitarias, escenas. Y Arthur cae con los ojos fijos en la
pared. Pero no hay mucho para ver. Pronto se vuelve a parar en punta de pie,
lento, como levitando, y otra vez se concentra en encontrar la postura
adecuada, el cuatro perfecto, y el movimiento exacto, la velocidad precisa de
los brazos, que parecen no cansarse jamás.
miércoles, 15 de febrero de 2012
reto
Hace un rato acaba de finalizar el martes y Arthur, ahora, intenta subir las escaleras para llegar a la terraza. No siente la pierna derecha, la otra le duele pero por lo menos reacciona ante sus ordenes. Lleva un sobre con una película entre los dientes. Se arrastra por la pared, subiendo lento, desahuciado, escalón por escalón, como si le hubieran pegado un tiro, como si escapara mal herido a salvar al mundo. Lo persigue "el enemigo americano", con votas texanas y sombrero de cowboy. Tiene que escapar. Tiene que llegar a su terraza. Puede hacerlo. La humanidad depende de él.
Le duele el abdomen, la cabeza le late y no siente una de las piernas. Pero Arthur insiste. Hace dos días que sólo come plantas de lechuga. Lavadas, pero sin cortar ni condimentar. De casualidad (o porque el domingo lo vio entrar al edificio arrastrándose), Gladis pasó por lo de Arthur preguntando si necesitaba algo. Esto fue el lunes al mediodía, a Arthur lo despertaron los golpes en la puerta y no pudo más que escribir “lechuga” en un papel y pasarlo por debajo de la puerta. Esa misma noche recibió un cajón lleno de variadas plantas de lechuga: mantecosa, romana, repollada, iceberg, batavia. Cajón que desde entonces estuvo al lado de su cama, cerca de Arthur, que no tenía más que estirar el brazo, agarrar una planta e ir rompiendo y comiendo hoja por hoja, como quien come papas fritas en su cama.
Y las lechugas dieron su fruto: un Arthur fuerte y valeroso. Lo que la espinaca para Popeye. Arthur llega a la terraza, pone la película y se deja caer en el colchón. Hace calor, está transpirando, le duele todo el cuerpo. Pero llegó. Misión cumplida. Qué comience la función.
domingo, 15 de enero de 2012
una oferta que seguro rechace
La levanta del piso y se la pone a leer, entonces, pensando en todo lo que lucran con el cine la gente que no hace cine. Y no sólo no hace cine, sino que hablan como si lo hicieran, critican a Marlon Brando como si fueran Alain Delon (lo más parecido a Susana vs. Moria). O sea, en esas revistas aparecen todos los que viven del cine sin hacer cine. Lee, y no puede creer, que hablan sobre El Padrino. Se entera que reestrenan la película en los cines porteños, después de cuarenta años.
Entonces Arthur se imagina yendo a ver la película al cine. Y para eso lee en el diario en qué cine y en qué horario le conviene ir. Se baña, porque hace calor y quiere salir fresco. Sale del departamento y llama al ascensor, ¿y si no funciona? Sale del edificio y una cachetada de calor le genera nauseas. Decide apaciguarlo comiendo un durazno o unas uvas y cruza a la verdulería de enfrente. Mientras nadie venga a matarlo a los tiros, él sigue caminando por la vereda de la sombra, con el durazno chorreando, incontrolable, por los cachetes algo inflados. Camina mirando el piso, no quiere encontrarse con nadie ¿y si alguien le pide un favor? ¿Si alguien le habla tanto tiempo que llega tarde a la función? A propósito: en la parada del colectivo mira varias veces el reloj pulsera sin malla que lleva en el bolsillo. Es que el colectivo no viene y la película empieza a determinada hora, con o sin él. Por fin llega el colectivo. Sube. Paga. Se sienta junto a la ventanilla en los asientos de uno. Sube una señora y el no saber si darle o no el asiento lo angustia tanto que está a punto de bajarse para que ella no crea que se lo deja porque él la juzga vieja o tan gorda que parece que espera un bebe, pero justo otro pasajero se levanta y Arthur decide clavar la mirada afuera del colectivo, por la ventanilla, para ahorrar disgustos. En un semáforo ve todos los autos que tiene alrededor y se imagina a todos los que están adentro de esos autos saliendo con metralletas enormes, todos serios y decididos, cagando a tiros al colectivo donde él está. Piensa en otra cosa rápidamente, para no angustiarse. Pero pronto, en una frenada brusca, se le cruza por la cabeza un accidente de tránsito. Entonces se ve a él mismo en la peor situación: no muerto pero inconciente, internado, sin gente a su lado, sin parientes en el pasillo esperando que se recupere, de hecho: sin gente en todo el hospital. Y la imagen de él mismo en una cama que no conoce mezclada con la tétrica sensación que le generan los edificios vacíos le angustia más que lo del tiroteo desenfrenado. Por eso, y a pesar del calor, decide bajarse del colectivo y caminar las quince cuadras que restan para llegar al cine. En la vereda hay mucha gente caminando, comprando, esperando el colectivo, vendiendo. La gente se lleva por delante a Arthur, no lo ven, como si éste fuera un fantasma, un don nadie. Arthur, un veterano de Malvinas, se pregunta qué hicieron todos estos por la patria. Luego se pregunta: ¿qué patria? ¿La de las cinco familias que hacen lo que quieren con este país? Y deja los pensamientos políticos ahí porque si no le agarran brotes de violencia incontrolables y no sólo no llegará a la película sino que terminará preso por unos días. Arthur ahora se concentra en dos cosas que le preocupan por sobre todos esos pensamientos: 1) sus ganas de hacer pis, y 2) no encontrar el cine, sentirse perdido en la ciudad. Sigue caminando a gran velocidad, acalorado. Ve en la calle a un bebé y se acuerda de su propio bautismo. Se reiría si no tuviera tantas ganas de mear. Hasta que ve un café y decide solucionar sus dos problemas inmediatos. Primero pregunta por el cine y todos son amables y le dicen dónde está. Luego pregunta por el baño y se lo niegan, es sólo para clientes. Se va enfurecido pero apurado. Las indicaciones fueron buenas y llega al cine. Saca una entrada que le cuesta un precio imposible y pregunta por el baño. En el hall hay dos muchachas y tres muchachos haciendo la cola para entrar a ver la misma película que Arthur. Uno de los cinco está imitando a Brando. También hay un señor diciéndole a su hijo de cuatro años que está por ver la mejor película de todos los tiempos. Atrás de ellos un joven tiene puesta una campera de Italia y al lado suyo un tipo con una remera negra que en el pecho dice The Godfather. Arthur entra al baño y tiene ganas de que atrás del inodoro haya una pistola escondida esperándolo.
Rechaza la oferta de la revista, prefiere mirarla en su terraza.
viernes, 13 de enero de 2012
no hay film que por bien no venga
Bajó a la cocina y se puso a cocinar hasta que amaneció.
jueves, 12 de enero de 2012
tresdé
Entonces, como si le hubiesen dicho que el mundo se terminaría en pocos minutos, pone un disco de Troilo y se pone a bailar sobre el colchón de la terraza. Está descalzo, en cuero. Los movimientos son lentos y sugestivos. Arthur está con los ojos cerrados y baila sintiendo la música. Hacen, el y su sombra, una coreografía perfecta.
martes, 10 de enero de 2012
saldo positivo
jueves, 5 de enero de 2012
otro año que termina
Si no escribe en un papel lo que siente en ese momento y al otro día ve lo que acaba de hacer sin recordar porqué lo hizo, va a tener una crisis importante. Es que ahora Arthur está sentado en el sillón del living, contemplando la ropa tendida, secándose en los respaldos de las sillas. Arthur lavó una por una y a mano toda la ropa que estaba sucia. Y esto no sólo no es común sino que puede llegar a ser preocupante, puede llegar a intervenir en la estable buena salud de Arthur. Pero eso a él ahora no le importa, y decide ponerse el pijama, prepararse un té e irse a dormir temprano.