miércoles, 13 de junio de 2012

cigarrillos

Al mirar una de las mejores películas de Gerard Depardieu, Arthur recuerda la noche en que estuvo preso. Las pocas veces que se acordó de esa noche se sintió mal pero ahora, gracias a la película o al paso del tiempo, lo recuerda como una travesía de joven, lo ve con buenos ojos, se dice que al fin y al cabo no fue tan grave, y hasta saca algo de positivo: fumar un cigarrillo inglés.
Fue en plena guerra. Estuvo prisionero una noche. Una confusión: creían que Arthur era alguien importante. O por aburrimiento: pretendían burlar a la rutina. Lo cierto es que un soldado inglés, en esa noche, en algún momento en que los demás se distrajeron en alguna otra cosa que era más interesante que pegarle al indefenso Arthur, le dio un cigarrillo. Y eso, el cigarrillo, la imagen de sí mismo fumando, es lo único que en realidad recuerda de esa noche. Lo demás lo deduce por los dolores que tenía en la cara, porque recordaba lo incómodo que era fumar con las manos (heladas) atadas en la espalda y por lo que en algún momento le contaron. Y ahora que el recuerdo de esa noche es algo grato, ahora que se acuerda de ese cigarrillo, decide disfrutar de fumar en su terraza. Se sienta en la cornisa, en la baranda, con los pies en el precipicio. Aspira lento y deja que el humo le entre hasta el fondo de su cuerpo. Tiene todo el tiempo del mundo. Disfruta al mirar en una de sus manos un atado casi lleno, mientras el viento sopla y le refresca la pera afeitada y le despeina la melena. Presiente que esa noche va durar mucho más que un cigarrillo.

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