Arthur sale a comprar frutas y se encuentra con un linyera que hace un
par de semanas atrás le había robado, a través de un truco tonto, cazagiles,
viveza porteña, veinte pesos, veinte pesos de entonces, de los de antes, de los
de hace un par de semanas. Ahora Arthur lo ve comiendo una medialuna en un café.
El tipo se da cuenta de que Arthur lo reconoce. Se miran ventana por medio. El
tipo niega con la cabeza, Arthur entra al bar y cuando lo tiene agarrado del
cuello, cuando está a punto de romperle la nariz de una piña, el tipo le dice “tiene
razón”, le dice “tiene razón” (dos veces) y aprieta los labios y los párpados.
Entonces Arthur lo suelta, balbucea algo y se va. El tipo lo sigue, es rengo,
corre como puede detrás de Arthur hasta que lo alcanza. Cuando llegan a la
verdulería dialogan en armonía. Hasta sonríen cuando el otro habla. Están relajados,
parecen dos amigos que se les antojó tomar un licuado y salieron a comprar
fruta. Arthur habla con el verdulero mientras el linyera se mete cinco o seis tomates
en los bolsillos de su gamulán. Después caminan por la vereda hasta que se
sientan en el banco de una plaza.
Se quedan un rato largo ahí, abrigados por el sol de la tarde. Arthur saca una
radio de uno de los bolsillos de la campera y sintoniza el programa de tango
que siempre escucha. En la radio primero hablan unas personas de cosas
intrascendentes, después se escuchan una serie de publicidades. Unos minutos
después empieza a sonar “Negracha”, y Arthur le dice al linyera que es la
orquesta de Pugliese, que escuche con atención. Cuando termina el tema, Arthur
apaga la radio y sólo se escuchan los autos que pasan por la calle y algunos
niños que juegan a pocos metros. Ya no se hablan como en la verdulería. Pareciera
como que ya no es necesario hablar, como si todo estuviera dicho. Sin embargo
hay algo que a Arthur le incomoda. Con el codo toca apenas al linyera, le
pregunta si le gusta el tango. El otro no contesta. Arthur se arrepiente de
haber hecho esa pregunta. Lo mira y no tarda en darse cuenta de que el linyera está
muerto. Alrededor de ellos los autos siguen pasando y los niños siguen
corriendo.