lunes, 6 de julio de 2015
correspondencia
El portero le entrega un sobre color rosa en el que no hay
escrito más que su nombre y su apellido. La carta, sin dudas, es para él. Pero
él no la abre, sigue su camino como si se tratara de un volante entregado en
mano prohibido arrojar a la vía pública ley número 260. Lo dobla a la mitad y
lo guarda en el bolsillo de la campera. Su perro tironea y la correa le aprieta
la mano. En el paseo se queda dormido en el banco de una plaza. Una mujer lo
saluda pero él no dice nada. Antes de llegar a su casa en el almacén compra una
botella de agua tónica que se va tomando del pico por la vereda. El perro no quiere
volver al departamento pero no le queda otra, él lo reta, le grita algo, tira de
la correa y entran en el ascensor. Está cansado, entra a su casa y no piensa
más que en dormir. Pero la cama tiene muchas cosas encima y decide dormir en el
sillón del living. Duerme mal. Sueña con una novia que tuvo en la infancia, que
lo trataba mal cuando estaban delante de otros niños. Sueña que esa novia lo
invita a un cumpleaños de ahora, muchos años después pero ella está igual, y se
ríe de él toda la noche delante de amigos y parientes que él no conoce. Se
despierta con dolor de cuello por haber dormido en una mala posición. También
le duele la garganta porque no sólo no se tapó sino que uso la campera que
tenía puesta como almohada. Tiene la boca pastosa. Los pies fríos. Cuando se
pone la campera siente el papel en el bolsillo. Es la carta, el sobre color
rosa. La mira un rato sin abrirla. Ahora no duda, en el sobre su nombre está
escrito con la letra inconfundible de aquella compañerita de la primaria que
apareció en el sueño. Decide tomarse un té y apoya el sobre en la mesada
mientras lo prepara. El sobre sigue cerrado y está arrugado. Piensa en tirarlo
a la basura pero en cambio abre la tabla de planchar con la intención de emprolijarlo.
Después se arrepiente. Vuelve a la cocina, apoya el sobre en la heladera y para
sostenerlo le pone un imán de una veterinaria en el centro. Se lo queda mirando
unos minutos hasta que oye a la pava chillar. Tiene frío y sueño. Sin reflexionarlo
demasiado, casi por instinto decide enfrentar el contenido del sobre en otro
momento y, en cambio, socorrer al agua hirviendo.
domingo, 4 de enero de 2015
sin saber bien por qué
No pegó un ojo
en toda la noche. Cuando amaneció cerró la persiana y se tapó hasta la frente.
Después de media hora se rindió. No podía dormirse y eso le hacía pensar en
todas esas cosas en las que nunca quiere pensar.
Entonces sale de la casa como apurado, como casi todos los que salen de sus casas por esas horas. Camina rápido. Está abrigado de más y se da cuenta apenas sale de su edificio pero no tiene tiempo de volver. Ve al portero de al lado baldeando la vereda, a una anciana con el changuito de las compras, a dos jóvenes que no se hablan, a unos cuantos en una parada de colectivo, a un niño que camina pateando una chapita de cerveza, a un tipo que pasea a su perro sin dejar de mirar su celular. A Arthur le da vértigo estar tan cerca de la gente. Camina unas cuadras con esa sensación y por fin llega a la agencia. Arthur, sin saber bien por qué, alquila un auto.
Sale de la ciudad sin proponérselo. Al principio hay un poco de tránsito pero a los pocos kilómetros todo es mucho más calmo y placentero. Alrededor la llanura es como una cama recién hecha. Arthur disfruta del paisaje, pone la radio y canta gritando las canciones que conoce.
Entonces sale de la casa como apurado, como casi todos los que salen de sus casas por esas horas. Camina rápido. Está abrigado de más y se da cuenta apenas sale de su edificio pero no tiene tiempo de volver. Ve al portero de al lado baldeando la vereda, a una anciana con el changuito de las compras, a dos jóvenes que no se hablan, a unos cuantos en una parada de colectivo, a un niño que camina pateando una chapita de cerveza, a un tipo que pasea a su perro sin dejar de mirar su celular. A Arthur le da vértigo estar tan cerca de la gente. Camina unas cuadras con esa sensación y por fin llega a la agencia. Arthur, sin saber bien por qué, alquila un auto.
Sale de la ciudad sin proponérselo. Al principio hay un poco de tránsito pero a los pocos kilómetros todo es mucho más calmo y placentero. Alrededor la llanura es como una cama recién hecha. Arthur disfruta del paisaje, pone la radio y canta gritando las canciones que conoce.
La primera vez
que se detiene porque tiene que cargar nafta, en la estación de servicio se
encuentra con un auto rojo que ya había visto antes en la ruta. Es un 205 que
está impecable, todo original. Arthur compra en el bar de la estación un café
porque no hay té. Vuelve al camino y comienza a llenar todo el auto con las
migas de las galletitas que come. Mira hacia delante después de sacudirse la
remera y vuelve a ver al auto rojo. Arthur lo pasa y, sin saber bien por qué,
se siente bien al hacerlo. Después de unos kilómetros, la radio que había
puesto comienza a no sintonizarse, y el ruido que sale de los parlantes lo adormece.
Arthur se da cuenta de lo que está pasando y en vez de apagar la radio decide
frenar a comer unas medialunas y a tomar un café con leche en Atalaya (hace mucho
calor pero él se queda parado unos minutos frente al aire acondicionado del
lugar para tomar frío y así disfrutar más el café con leche caliente). Mientras
come ve pasar los autos en la ruta, piensa en que si una hormiga gigante viera
eso desde su inmensidad se sorprendería, creería que los humanos somos
organizados. Después piensa que así como las hormigas llevan hojas que son
mucho más pesadas que su propio cuerpo, los humanos conducimos máquinas que
también lo son, y que entonces tal vez no sea que las hormigas sean súper
fuertes sino que las hojas en sus lomos generan una motricidad especial, y se
pregunta: ¿qué pasaría si me acuesto y me pongo una hoja en la espalda?, ¿y si
me pongo un árbol entero?, y mientras por su cabeza pasan todas esas imágenes
ve que un Peugeot 205 rojo estaciona en la puerta del lugar. Del auto se baja
el mismo tipo que Arthur había visto en la estación de servicio, pero también
se baja una chica que viene con él. Arthur hace memoria: la chica no estaba, no
la recuerda. Entonces se come rápido las dos medialunas que le quedaban. Sale
lo antes posible. Vuelve a la ruta y ya está más tranquilo. Agarra una curva
que parece no terminar. Se divierte leyendo los carteles que están al costado del camino,
rodeados de vacas que buscan un poco de sombra. Le vienen ganas de hacer pis y,
como si estuviera cerca del destino, acelera. Acelera con tanta mala suerte que
después de unos árboles aparece un control policial. Un policía serio, con antejos
de sol, lo hace detenerse. Arthur le explica lo de sus ganas de hacer pis y al
policía le da ternura, entonces, aburrido, le saca conversación. Hablan de
pesca distendidamente. Dónde se puede pescar, qué se saca, cuándo es época, con
qué conviene pescar. Y de repente: por la izquierda pasa el Peugeot rojo. Arthur
mira al conductor, que a su vez lo mira y lo saluda como desafiante; la chica,
a su lado, sonríe. Arthur vuelve a mirar al oficial y le dice que se tienen que
ir. Al policía no le gusta esa actitud, vuelve a la cara de antes y lo despide dejándolo de
tutear y haciéndole el saludo de la venia. Pasan varios minutos hasta que
Arthur vuelve a ver al 205. Está detenido en la banquina. Arthur deja de
acelerar y ve que el tipo está arrodillado a un lado del auto, cambiando una
rueda. Arthur piensa en parar a ayudarlo pero su cuerpo no opina lo mismo: su
pie derecho presiona con más fuerza el acelerador. Sucede lo mismo cuando pasa
por al lado de unos puestitos que venden salame y quesos caseros. El camino
comienza a hacerse menos transitable. Ahora sólo hay una vía de cada mano y en
la ruta hay algunos pozos. Lo único gratificante es el atardecer que se demora
sobre el horizonte. Poco a poco todo el verde que rodea la ruta comienza a tener
otro color. El sol, que está naranja y radiante, comienza a esconderse detrás
de los árboles. Arthur piensa en que en un futuro habrá publicidades
proyectadas en el crepúsculo. Pero el sol de repente cae rápido y es de noche. Todo
se acelera. Empieza a hacer cada vez más frío y sueño y hambre en muy pocos
kilómetros. Por primera vez desde que salió de su casa Arthur se preocupa.
Piensa en dónde va a pasar la noche. Extraña su cocina. Se da cuenta de que no
le podrá dar de comer al perro. Quiere estar en su terraza mirando una película
de vaqueros y en cambio está en una ruta que no conoce, manejando sin saber a
dónde, con hambre y frío.
Sacando el ruido de su auto en la ruta hay una soledad tenebrosa, no hay señales de vida. Ese contexto hace que Arthur, al ver unas luces a lo lejos, piense que se trata de una alucinación. Pero no: a medida que se acerca se ven más nítidas las luces rosas y violetas titilando. Es un parador nocturno rutero, como los que Arthur tanto soñó después de verlos en infinitas películas. Cartel luminoso, administración, estacionamiento en 45º frente a la habitación. Arthur actúa como si supiera, como si todos los días de su vida fueran así: ruta, estación de servicio, ruta, parrilla al paso, ruta, motel…
Arthur vuelve a estar relajado. Se baña y se termina el paquete de galletitas que había empezado en el auto. En la habitación hay una heladerita. La abre y saca una botellita de whisky. La toma sentado en la cama. Piensa en prender la tele pero no encuentra el control. Entonces decide terminarse el whisky leyendo una revista que encontró en la mesita de luz. En la tapa de la revista hay un tipo que en su momento fue famoso y que se casó con una rubia de sonrisa perfecta.
Cuando se levanta de la cama se le cae la revista que tenía en las faldas. Se da cuenta de que se tomó muy rápido el whisky y que ahora está medio borracho. Va al baño. Llena la botellita de whisky con pis. Después la cierra fuerte y la mete en la heladerita. Una luz que entra por la ventana barre toda la habitación. Arthur cierra la heladera y se acerca despacio a la ventana, corre la cortina y ve al 205 rojo estacionando al lado de su auto.
Sacando el ruido de su auto en la ruta hay una soledad tenebrosa, no hay señales de vida. Ese contexto hace que Arthur, al ver unas luces a lo lejos, piense que se trata de una alucinación. Pero no: a medida que se acerca se ven más nítidas las luces rosas y violetas titilando. Es un parador nocturno rutero, como los que Arthur tanto soñó después de verlos en infinitas películas. Cartel luminoso, administración, estacionamiento en 45º frente a la habitación. Arthur actúa como si supiera, como si todos los días de su vida fueran así: ruta, estación de servicio, ruta, parrilla al paso, ruta, motel…
Arthur vuelve a estar relajado. Se baña y se termina el paquete de galletitas que había empezado en el auto. En la habitación hay una heladerita. La abre y saca una botellita de whisky. La toma sentado en la cama. Piensa en prender la tele pero no encuentra el control. Entonces decide terminarse el whisky leyendo una revista que encontró en la mesita de luz. En la tapa de la revista hay un tipo que en su momento fue famoso y que se casó con una rubia de sonrisa perfecta.
Cuando se levanta de la cama se le cae la revista que tenía en las faldas. Se da cuenta de que se tomó muy rápido el whisky y que ahora está medio borracho. Va al baño. Llena la botellita de whisky con pis. Después la cierra fuerte y la mete en la heladerita. Una luz que entra por la ventana barre toda la habitación. Arthur cierra la heladera y se acerca despacio a la ventana, corre la cortina y ve al 205 rojo estacionando al lado de su auto.
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