domingo, 24 de junio de 2012

por agua

Desde su terraza no se ve el mar. Hace muchos años que Arthur no ve agua en su hábitat natural. La recuerda como parte de su pasado, en las variantes desnaturalizadas del presente. Con la nostalgia de algunas vacaciones en algún río de Córdoba, algún barco a Uruguay. A veces abre la canilla de la cocina y piensa en que quizás es la misma agua que alguna vez lo vio barrenar en San Bernardo o hacer sapito en algún lago del sur argentino. Le pasa igual que a un tipo que viaja por toda África y cuando vuelve se pone a trabajar en el zoo de la ciudad y desde entonces sólo ve leones encerrados en sus inmensas jaulas. Lo mismo con Arthur pero donde dice leones debe entenderse agua, donde dice zoo: casa, donde dice África: océano, donde dice vuelve: se encierra, etcétera.
Arthur aprendió a disfrutar de las cosas de la vida real a través del cine. En este momento, por ejemplo, cualquiera que lo viera pensaría que es un loco de mierda que prefiere morirse de frío en una terraza en vez de ver la película adentro, metido en la cama o desde el sofá. Pero Arthur (que tiene las manos ocupadas porque está cortando una manzana con un cuchillo, de hoja grande y opaca, de carnicero, con mango blanco, casi un machete, que está muy afilado y que también le sirve como tenedor ya que una vez que corta una rebanada la pincha con la punta del cuchillo y se la lleva a la boca, como si fuera el mismísimo Cocodrilo Dundee), en cambio, se siente navegando.
Y ahora que hablamos de cuchillos y de aguas, pasemos a lo que importa: Anabella. Arthur disfruta de un sábado a la tarde con ella, preparando los sandwichitos de salame, tomate y queso, preguntándole qué vino llevan, discutiendo porque ella le dice no pensarás ir con esa remera a nuestra tarde romántica y él que le contesta que sí, que esa remera le gusta, que así parece marinero y que además es cábala, le trae suerte, que la usó el día en que aprendió a andar en bicicleta, y ella le dice que es un ridículo, que si no se cambia no va, y él le contesta que no importa la remera, importa lo de adentro y Anabella, en la representación que Arthur se hace de este ir a ver el atardecer al medio del océano, le dice sos un tierno, no me importa cómo te vistas, sólo quiero estar con vos. Y Arthur, en la vida real, a años luz de esa situación ilusoria, en su terraza mirando la película, sonríe contento de estar moviéndose al ritmo de las olas, feliz de haber escuchado lo que quería que ella dijera, chocho de estar sentado en la baranda del barco comiendo su manzana. Hasta que se corta el dedo gordo en una rebanada traicionera y del dolor suelta el cuchillo, que cae al suelo y hace un ruido tan fuerte, tan metálico y que retumba tanto en el silencio de la noche, en la serenidad de la casa de Arthur, que hace que éste recuerde que había puesto el agua para hacerse un té y se dé cuenta de que el ruido no era del eco del cuchillo que caía y golpeaba sino de la pava que silva, que va a tener que esperar un poco más porque antes Arthur tiene que pasar por el baño a ponerse una curita en el dedo. 

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