miércoles, 15 de febrero de 2012

reto

Tarda cerca de media hora en subir los pocos escalones que lo llevan a la terraza. No debería hacerlo. Lo mejor, para su salud, dentro de lo que él puede acceder, sería quedarse en su cama, poniéndose hielo en las piernas y en la frente. Es que el domingo le pareció un lindo día y decidió sacar a pasear a Carnaval. Esto no tiene nada de raro, últimamente suele irse con Carnaval a dar unas vueltas los sábados o domingos por la mañana, en una rutina que cada vez le entusiasma más. Pero lo extraño del domingo pasado fue que a Arthur se le antojó el día perfecto para salir a correr con su perro. Corrió más de veinte kilómetros en cinco horas sin parar. Bajó corriendo las escaleras a las 10 am y volvió arrastrándose por el pasillo hasta la puerta del ascensor para estirar el brazo desde el piso y tocar el botón exactamente a las 15:04hs del domingo. Carnaval lo arrastró hasta la cocina y allí se hidrataron. Arthur despertó el lunes al mediodía y comió como si fuera la última vez.
Hace un rato acaba de finalizar el martes y Arthur, ahora, intenta subir las escaleras para llegar a la terraza. No siente la pierna derecha, la otra le duele pero por lo menos reacciona ante sus ordenes. Lleva un sobre con una película entre los dientes. Se arrastra por la pared, subiendo lento, desahuciado, escalón por escalón, como si le hubieran pegado un tiro, como si escapara mal herido a salvar al mundo. Lo persigue "el enemigo americano", con votas texanas y sombrero de cowboy. Tiene que escapar. Tiene que llegar a su terraza. Puede hacerlo. La humanidad depende de él.
Le duele el abdomen, la cabeza le late y no siente una de las piernas. Pero Arthur insiste. Hace dos días que sólo come plantas de lechuga. Lavadas, pero sin cortar ni condimentar. De casualidad (o porque el domingo lo vio entrar al edificio arrastrándose), Gladis pasó por lo de Arthur preguntando si necesitaba algo. Esto fue el lunes al mediodía, a Arthur lo despertaron los golpes en la puerta y no pudo más que escribir “lechuga” en un papel y pasarlo por debajo de la puerta. Esa misma noche recibió un cajón lleno de variadas plantas de lechuga: mantecosa, romana, repollada, iceberg, batavia. Cajón que desde entonces estuvo al lado de su cama, cerca de Arthur, que no tenía más que estirar el brazo, agarrar una planta e ir rompiendo y comiendo hoja por hoja, como quien come papas fritas en su cama.
Y las lechugas dieron su fruto: un Arthur fuerte y valeroso. Lo que la espinaca para Popeye. Arthur llega a la terraza, pone la película y se deja caer en el colchón. Hace calor, está transpirando, le duele todo el cuerpo. Pero llegó. Misión cumplida. Qué comience la función.

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