jueves, 5 de enero de 2012

otro año que termina

Hay muchas cosas que no entiende de la película porque no parece ser una buena noche para estar en la terraza disfrutando de la tranquilidad del cine surcoreano. Todo el mundo parece haberse guardado durante el día para vivir, por lo menos una vez al año, de noche. Sopla un viento de felicidad, de buenos augurios, que llega hasta la terraza y hace sentir mal a Arthur. No puede concentrarse en la película. Los fuegos artificiales confunden la imagen que se ve en la pared, los ruidos de los petardos y cañitas voladoras no dejan escuchar los diálogos, gozar de la buena música. De repente un globo de papel, con fuego en su interior, aterriza en la terraza y Arthur dice: es el colmo. Y decide entrar a la casa. Pero se siente extraño al entrar en su hogar. Está incómodo parado en el living que lo ve pasearse todos los mediodías en calzoncillos. Siente como si estuviera de más, como si los muebles, las paredes, los adornos, el resto de las cosas que hay por la casa lo vieran de mala manera, esperando que en algún momento decida irse a disfrutar esa noche como se debe, que salga a la vereda y brinde con los vecinos. Arthur se siente distinto, raro, otro, al entrar en su propia casa. Y decide no rendirse y desafiar la adversidad: aprovechar las cosas que hay la casa, usarlas como si fuera la primera vez, como jugando a ser Arthur. Entonces ve la paleta de ping-pong y se pone a jugar al frontón, sentado en el piso, contra la pared, hasta que después de un remate, la pelotita rebota fuerte contra la pared y da justo en la frente de Arthur, que se da cuenta de que no tiene la misma habilidad de antaño, pero que, hoy, poco le importa. Luego va al equipo de música y pone un disco de Piazzolla. Se relaja, baila. Abre la heladera y agarra un Paty que sobró de alguna comida, le pone mostaza y se lo come con la mano mientras sigue bailando. Encuentra una cámara de fotos que sabe sin rollo pero al disparar sale el flash, tiene pilas y con eso alcanza. Se autoretrata contra la pared al lado de la foto que cuelga de Favaloro, luego le saca una foto a carnaval, a través de un espejo, a-lo-Vasco Szinetar, y el perro lo mira extrañado pero gustoso. Arthur escucha una voz que dice “te quiero”. Mira hacia donde vino el sonido y ve el portarretratos con la foto de Anabella. Lo alza y baila con ella. Le da un beso y sabe que en algún lugar del mundo Anabella está sintiendo en sus labios los suyos. Arthur se siente un fantasma en una casa que sabe propia pero siente ajena. Y eso le gusta, está cómodo así. Pasa frente al espejo y no se ve. Es invisible: un muñeco que estaba caído se levanta solo, llega hasta al lado del muñeco un pomo de La gotita y se une el brazo con el cuerpo del muñeco. Los objetos flotan en el aire, parecen con vida propia. El muñeco está sanado. Todo el living goza de un orden y de una limpieza que preocuparía al Arthur de cualquier otra noche.
Si no escribe en un papel lo que siente en ese momento y al otro día ve lo que acaba de hacer sin recordar porqué lo hizo, va a tener una crisis importante. Es que ahora Arthur está sentado en el sillón del living, contemplando la ropa tendida, secándose en los respaldos de las sillas. Arthur lavó una por una y a mano toda la ropa que estaba sucia. Y esto no sólo no es común sino que puede llegar a ser preocupante, puede llegar a intervenir en la estable buena salud de Arthur. Pero eso a él ahora no le importa, y decide ponerse el pijama, prepararse un té e irse a dormir temprano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario