sábado, 10 de marzo de 2012

fiebre

Otra vez es de noche. Llueve. Arthur está con un paraguas, parado en un rincón de su terraza, bajo un techito pequeño, que no llega a cubrirlo del todo, pero para eso tiene su paraguas, de complemento. Desde donde él está parado la película no se ve del todo bien. Por el ángulo desfavorable y porque el agua que cae le tapa la visión y porque no es una buena copia y la peli es del año treinta. Pero Arthur no para de reírse. Está descalzo, se moja los pies, de vez en cuando estornuda. Pero no para de reírse. Se acuerda que él una vez entró a un puterío por equivocación. Tenía cinco años y una señorita muy atractiva le regaló un chupetín. Todavía siente los labios de la puta en su cachete, todavía se acuerda de la mirada de una señora que se sorprendió al ver salir a un niño de ese lugar, alguien que no debería estar en esos sitios y él, un Arthur pequeño y con agallas, le devuelve la mirada, orgulloso, enamorado. Y por seguir mirando a la vieja, al cruzar la calle, esa mañana casi lo atropella un auto. Pero se salvó y cuando llegó a su casa comenzó a decirle a su abuela cosas incoherentes. La abuela pensó que el pequeño Arthur se había vuelto loco, pero él estaba enamorado o tenía una gripe tan fuerte como la que se está agarrando esta noche en su terraza.

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