jueves, 8 de marzo de 2012

pensándolo bien

Monólogo hallado en el cerebro de Arthur: A veces a mí también me dan ganas de matar a alguien. Como hacen en esta película. Es un sentimiento repentino, incontrolable, que me invade desde que estuve en Malvinas. Pienso en eso y enseguida lo niego, razonando. Pero después tengo miedo, porque tuve ganas de matar a alguien, a cualquiera, y ese es el primer paso para convertirse en asesino. Paso del miedo cero al miedo máximo. Por suerte en esos momentos no tengo una pistola en la cintura. Si la tuviera dispararía como la niña de la película pero yo no me iría para atrás porque peso mucho más que ella.
Ayer, por ejemplo, cuando estaba en el almacén de Gladis esperando a que me atiendan, y veía a toda esa gente, vecinos míos, esperando como yo, me dieron ganas de matar a uno, pegarle un tiro en la cabeza, para ver qué pasaba, cómo reaccionaban los que estaban alrededor, qué pasaría después. Otras veces, cuando estoy solo, en mi casa, me imagino en el silencio de una biblioteca. Me imagino mesas largas ocupadas por gente leyendo, cada una en su libro, y yo entre ellos. Me imagino que no tolero esa calma y me paro y le corto los dedos a uno con un cuchillo y cuando éste comienza a gritar le clavo el cuchillo en el pecho. O me pasa que cierro los ojos y veo cómo le pego un tiro a un perro, que en la película sería el caballo, pero que acá es perro y es chiquitito, no debe pesar más de dos kilos y aturde al ladrar. O también me veo a mi mismo en uno de esos lugares a los que no voy nunca, que están llenos de gente, una cancha de
futbol, un shopping, el centro a hora pico, etcétera. Me veo caminando por entre medio de toda la gente. Me veo frenando en algún momento y viendo cómo cada uno está en la suya sin que les importe lo que pasa alrededor. Y me veo sacando un arma y pegándole un tiro a uno. Y me veo sorprendido porque nadie hace nada, entonces sigo con la matanza hasta que todos enloquecen porque saben que les puede tocar a alguno de ellos. Pero la escena que más se me viene a la cabeza es la del francotirador. En ella yo estoy con un rifle antiguo pero hermoso parado ahí, en ese rincón de la terraza. Son las seis o siete de una tarde de verano. La gente abajo va y viene como si nada. En un momento veo a alguien que no me gusta. Apunto. Escucho el disparo y la veo caer. Veo a todos los que están en la calle corriendo, mirando para todos lados. Y ahí yo me escondo, apoyo la espalda contra la pared y me rio a carcajadas. Y después lloro y me pregunto quién mierda soy yo para matar a alguien.

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