Nadie sabe cómo llega a las manos de Arthur un artículo etnográfico de
Lomnitz y Lizaur que se llama “Una familia de la élite mexicana. Parentesco,
clase y cultura 1820 – 1980”. La cosa que Arthur lo lee y no quiere saber nada
con esa familia Gómez de la que hablan las autoras. Le da asco. Y se imagina
que tal vez él es parte de esa dinastía pero que de bebé lo trajeron, junto con
su abuela, a Buenos Aires y lo abandonaron en cualquier rincón de la ciudad.
Pero ¿qué pasaría si no lo hubieran traído? Muy simple, se contesta Arthur, me
hubiera salvado de Malvinas pero habría muerto en un ajuste de cuentas, tal vez
por alguna mujer. Y ahora se imagina escapándose de una mansión para transitar una
infancia rebelde por las calles de la Ciudad de México. Se agarraría a piñas o
fumaría o jugaría tardes enteras en la calle con otros chicos. Robaría carteras
en la multitud. Molestaría a ciegos y borrachos. Se escondería en los baños
públicos femeninos para espiar y asustar a las mujeres que entren. Le tiraría piedras
a mendigos y a policías por igual.
Como si estuviera en un descampado del DF, Arthur está sentado en su terraza al
lado de un balde de chapa. Cada hoja que termina de leer va a parar, hecha un
bollo, al balde donde arden unas maderas que originan llamas amarillas. Alimenta
la fogata porque gracias a ella puede ver lo que lee, y además porque en esta
noche de otoño corre un viento fresco y quiere tener el cuerpo caliente cuando en
minutos se ponga a ver una película de Buñuel.
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