viernes, 18 de mayo de 2012

méxico

Nadie sabe cómo llega a las manos de Arthur un artículo etnográfico de Lomnitz y Lizaur que se llama “Una familia de la élite mexicana. Parentesco, clase y cultura 1820 – 1980”. La cosa que Arthur lo lee y no quiere saber nada con esa familia Gómez de la que hablan las autoras. Le da asco. Y se imagina que tal vez él es parte de esa dinastía pero que de bebé lo trajeron, junto con su abuela, a Buenos Aires y lo abandonaron en cualquier rincón de la ciudad. Pero ¿qué pasaría si no lo hubieran traído? Muy simple, se contesta Arthur, me hubiera salvado de Malvinas pero habría muerto en un ajuste de cuentas, tal vez por alguna mujer. Y ahora se imagina escapándose de una mansión para transitar una infancia rebelde por las calles de la Ciudad de México. Se agarraría a piñas o fumaría o jugaría tardes enteras en la calle con otros chicos. Robaría carteras en la multitud. Molestaría a ciegos y borrachos. Se escondería en los baños públicos femeninos para espiar y asustar a las mujeres que entren. Le tiraría piedras a mendigos y a policías por igual.
Como si estuviera en un descampado del DF, Arthur está sentado en su terraza al lado de un balde de chapa. Cada hoja que termina de leer va a parar, hecha un bollo, al balde donde arden unas maderas que originan llamas amarillas. Alimenta la fogata porque gracias a ella puede ver lo que lee, y además porque en esta noche de otoño corre un viento fresco y quiere tener el cuerpo caliente cuando en minutos se ponga a ver una película de Buñuel.

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