jueves, 24 de mayo de 2012

por tierra

Está confundido. La película le da nauseas y al mismo tiempo lo lleva a un equilibrio espiritual que hasta entonces nunca había experimentado. Arthur siente que lo cambiaron. Tiene la sensación de que el que está mirando la película sobre ese colchón, en esa terraza, no es él sino otro que vivió su vida o por lo menos una parecida, una cercana, como si fuera el hermano que nunca tuvo y que ahora, como si nada, le ocupa el lugar. Y otra vez pensar en su familia lo desconcierta. (Se dice para adentro que si la familia tipo fuera de una abuela y un nieto todo esto no le pasaría.) Y entonces vuelve a hacer memoria, recuerda una infancia feliz, una adolescencia un poco dura, pero cuando llega a su juventud no recuerda nada, o casi nada, imágenes borrosas, personas detrás de cortinas semitransparentes y sucias, escenas como de un programa de televisión en algún lugar sin antena. Y cae, como siempre, en los fantasmas de la Guerra de Malvinas y en el accidente de transito.
Pero por otro lado está convencido de que, al mirar una película en la terraza de su casa, está haciendo lo que debe, y cruza las piernas, tira para atrás los hombros haciendo sonar la columna y suelta algunas carcajadas de felicidad. Todo con una seguridad, una convicción que le enorgullece tanto que no le da tiempo a preguntarse de dónde sale, ni dónde quedaron las dudas que hace unos segundos eran miles.
En un momento de lucidez, por ejemplo, se pregunta si no será aquel accidente automovilístico la causa de que ahora aborrezca (¿tema?) salir a la calle. Pero, aunque en su mente aparezcan imágenes de autos chocados y bomberos apagando el fuego, no sabe si el accidente realmente pasó ni a quienes involucró. Es como cuando un niño sabe que San Martín era un tipo que andaba a caballo, que estuvo por las montañas, y quizás hasta lo reconoce en algún cuadro o estatua, pero no sabe bien para qué hizo lo que hizo ni por qué lo nombran todos los adultos ni se pregunta si está bien o está mal que esté en las escuelas y las plazas. Con Arthur es lo mismo. Y ya que estamos con el prócer: lo que él siente al ver You are not i, es lo mismo que debió sentir San Martín al cruzar en camilla los Andes. Mezcla de heroísmo e inconciencia, de valentía y enfermedad, de liberación y condena.

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