martes, 10 de abril de 2012

piel

Son días tristes en la vida de Arthur. Hace treinta años desembarcaba en las Islas Malvinas. Son días en los que hace cosas sin pensar, en los que todo lo conmueve. Días en los que, incontrolablemente, se entristece y alegra como quien abre y cierra los párpados.
Mira una película en la que la protagonista, nada menos que Jane Asher, muere en una pileta vacía. La escena es intensa, a Arthur le llega hasta lo más profundo. Se le pone la piel de gallina. Pero antes de ver la escena de la pileta, Arthur está feliz porque la película no le deja pensar en otra cosa que no sean los veranos en los que fue a la colonia de vacaciones. En los que corría por los pasillos del club, jugaba a la guerra de flotaflotas con Anabella, tiraba un anillo al fondo de la pileta para ver quién lo encontraba, andaba en su bici de carrera, se agarraba a piñas con otros niños, les temía a algunas viejas que se metían en la misma pileta que él. Eran los años en los que, sobre todo debido a que era el rey del ping-pong, parecía un niño como cualquier otro, un niño normal. Y esos años, esa infancia que maldijo y despreció durante tanto tiempo hoy es la causa de la gota que cae, salada, por la piel de su cara.
Arthur quiere ser Arthur, quiere, de alguna manera, volver a ser ese John Moulder Brown que alguna vez supo ser, aunque esto jamás lo reconocerá, y se conformará con la terraza, con las películas, con tomar té y jugar con Carnaval. Pero en estos días todo es distinto. Arthur está muy sensible. Se emociona por cualquier cosa. De lo más pequeño hace un mundo. Ahora come un durazno en la terraza, pensando en la película que acaba de ver, en lo fuerte que fue pasar del recuerdo feliz de su infancia al doloroso final de la película. Mientras mastica, imagina que en su mano, en vez de una fruta, está la teta de su amada, Anabella. Que la piel del durazno es la piel de Anabella. Y Arthur se banca la pelusa, faltaba menos. Y los cachetes de su cara están rojos, tibios; la piel cada vez más caliente. Y cuando empieza a disfrutar del placer, en el momento en el que comienza la erección, en un mordisco apresurado, se muerde el labio inferior. Todo se congela repentinamente. Arthur se la agarra con el durazno: lo tira lejos, cae en la terraza de un edificio vecino. Y ahora todo es dolor. Llora, pero no le salen las lágrimas. Y ahora la gota es de sangre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario