domingo, 7 de octubre de 2012

volar

En una de las peores noches de su vida Arthur ve una película animada; en el sentido de que son dibujitos y no actores, se entiende. Arthur se mira las pantuflas y piensa en las cosas que lo atan. Se pregunta por qué cuando está parado en su terraza no comienza a volar, por qué los pies no se le despegan del suelo, por qué sólo pudo llegar a estar en lo más alto de un edificio y no en lo más alto de la Tierra. No se da cuenta de la gravedad del asunto, diría alguien a quien le cae una manzana en la cabeza y queda como drogado de sidra.
Arthur se siente mal. Es como si otra persona apenas más flaca que él estuviera dentro de su cuerpo, y constantemente le pregunte, desde su interior, cosas que Arthur no quiere escuchar.
No está enfermo, y eso lo fastidia. No sabe por qué, pero está en una mala noche. Y quiere encontrar la explicación en dolores físicos que no siente, en líneas de fiebre que no tiene, en ruidos y olores inexistentes.
Se mete dos dedos en la garganta, intenta sacar al monstruo que habita y retumba en su interior. Vomita. Y antes de que termine la película, se queda dormido (clavado) en el colchón de la terraza.

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