martes, 15 de marzo de 2011

Desquiciado amor

Hoy voy a hablarles de Anna, dice Arthur mientras la baba se desprende del labio inferior y moja su musculosa, a la altura de la panza. Quien haya visto, prosigue como si nada, sus ojos, no puede menos que enamorarse. Penetra con una mirada que son años, kilómetros y unas cuantas lucesitas que son suficientes para juntarse en una pintura blanca de una pared, de una terraza, de un edificio, de alguna ciudad muy grande, y traumar para toda la vida a un pobre tipo. Arthur se va a la cocina agarra una tijera, vuelve a pararse frente al espejo del dormitorio y corta el aire que hay entre su mirada de él mismo y el cristal que lo refleja. Hace un rato vio Pierrot, el loco. Anna Karina es lo más dulce que he conocido, dice una y mil veces.

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