Como siempre, Arthur va y vuelve de su pasado a su presente y de éste a
algún otro lado. A través de películas, de la memoria. Ahora que es adulto se
da cuenta de que hay muchas maneras de viajar y recuerda cuando era adolescente
y decía que lo único que quería era tomarse un avión. A lo largo de su vida
tuvo la posibilidad de tomarse varios aviones, de conocer muchos lugares, muchas
personas, y sin embargo hace algunas decenas de años eligió pasar el resto de
su vida en la terraza de su casa, en las películas que allí proyecta. Nadie
sabe si es una buena o una mala elección porque a nadie le importa, porque
Arthur no conoce a nadie. Y eso, que
es lo que busca refugiándose en su casa, hoy es lo que más le entristece.
Arthur puede decir de memoria un diálogo de alguna película italiana de los
sesenta, puede enumerar todo el elenco de la película más olvidada, conoce
centenares de directores portugueses, pero no se acuerda ningún número de
teléfono, prácticamente porque no tiene a quién llamar.
Desde las 00:00hs, en Argentina es el día del amigo. Arthur sólo tuvo dos
amigos en su vida: René, que murió hace más de diez años, y Ricardo, al que vio
por última vez a los trece años.
Ahora Arthur se acuesta en su terraza, piensa en su infancia y llora porque el
recuerdo de su abuela lo emociona, piensa en su juventud y como no recuerda
gran cosa, y como está algo cansado porque ya está casi amaneciendo y tiene
frío y vio dos o tres veces la misma película, se queda dormido. Después se
despierta y todo sigue igual de confuso y contradictorio. Siente placer y
rechazo y está no del todo insatisfecho con saber qué le espera al otro día.
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