Arthur se sienta en el colchón abrazándose las piernas. Recién ahí se da cuenta de que tiene pantalones cortos y eso le da frío. Pero la película ya empezó y no quiere ir a cambiarse porque no quiere interrumpirla. La mira concentrado, lo atrapa desde el comienzo. Pero en un momento, después de más de media hora de película, justo cuando tiene que inclinar la cabeza para atrás con tal de llegar a tomar los últimos mililitros de té, la taza le tapa la pantalla y él desvía la mirada hacia el techito que está sobre la puerta de entrada a su casa. Ese techo no tiene mucho sentido ya que está justo después de la puerta que comunica la casa de Arthur con la terraza. Es la única parte de la terraza que está techada y no mide más de un metro cuadrado. La cosa es que en la punta de ese techito, entre la chapa y la madera, Arthur ve una araña grande. Y la atención de Arthur queda pegada de la tela de la araña. Brilla un hilo casi trasparente que une el techo con una de las paredes. La araña se deja caer, como volando hacia abajo, y en un momento frena y vuelve a subir hasta el techo, vuelve a caminar en el aire hasta la pared y vuelve a tirarse al vacío. La red es cada vez más grande. La araña va y vuelve moviendo las patitas a gran velocidad. Ya para ese entonces la atención de Arthur no puede ni moverse, está envuelta por ese hilo pegajoso que apenas lo deja respirar. La araña se frota las manos (en un gesto que habrá copiado de alguna de las moscas que suele comer) y luego sigue dejando saliva suspendida en el aire a unos dos metros del piso de la terraza.
Arthur mira hacia arriba inclinando la cabeza, entrecerrando los ojos. Le cuesta tragar. Unas sogas extrañas le tapan el cielo. Ya no tiene tanto frío. De fondo suena una música que indica que la película ya terminó. Y en la telaraña gigante que está sobre su cabeza, Arthur reconoce el rostro de Anabella.
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