domingo, 14 de agosto de 2011

recuerdos

Depende de cómo se lo mire, ahora Arthur está recordando, viviendo o mirando momentos de su vida que no se le pueden ir de la cabeza. Momentos que ya no dependen de la voluntad ni de la razón, que son imágenes y sonidos que ya están en algún lugar y basta que alguien ponga play para que comiencen a reproducirse. De repente todo deja de ser como venía y se hace 21 de septiembre: día del estudiante y, como panaderos que vuelan por los aires de a millones, las plazas y parques de Buenos Aires se llenan de adolescentes insoportables. Arthur piensa en que quizás haya sido un día de la primavera cuando con Anabela se dieron su primer beso, hace varias décadas, cuando ver a Anabela era algo de todo los días, como ahora lo sería ir al baño, tomar un té o ver una película, y no un recuerdo que insiste como mendigo fastidioso, harto de indiferencias y negativas, tomando de punto a la cabeza de Arthur para no dejarlo en paz, para intentar y reintentar una y mil veces con imágenes, palabras y momentos en los que ella siempre aparece joven y radiante mientras que él va cambiando, envejeciendo hasta creerse un depravado.

Arthur recuerda que un día, en uno de los últimos noviembres, se puso a gritar “quiero una mujer” en la cornisa de la terraza y la gente desde los edificios de enfrente lo veía y temía lo peor. Por suerte la gente no llamó a la policía y Arthur no se tiró, valía la pena ver la escena que protagonizaron algunos vecinos desde sus departamentos, desesperados porque Arthur no entraba en razones y amagaba con tirarse.
También se le vienen imágenes de su infancia: la quema del muñeco en año nuevo, cuando un tío que no recuerda lo llevó a ver la formula uno, los gritos apasionados de su papá cuando escuchaba el partido por la radio, lo mal que lo pasaba en el colegio, las tetas de la mamá de José, su compañero de banco durante la primaria, el zoológico.
Fue en algún día patrio que el frío fue tal que calló nieve del cielo y Arthur pensó que se había muerto. Arthur estaba mirando una película en la terraza cuando el frío que le calaba los huesos, lo fascinante de la película que veía o su cuerpo emblanquecido, algo de todo eso, le hizo pensar que lo que estaba viviendo era la muerte. No se reprochó nada. Tampoco se mostró muy sorprendido. Sólo se dejó llevar por la mágica situación que vivía.
Ya es invierno, cae en la ciudad después de muchas décadas, nieve del cielo, Arthur en vez de salir a sentirla la mira desde la ventana.
Pronto vuelve la primavera. Y se da cuenta que no recuerda muchas cosas que hayan sucedido durante el verano.

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