martes, 2 de agosto de 2011

teléfono

Suena el teléfono, es Timmy. Llama para recomendarle a Arthur “una película que te va a gustar”. Arthur odia la frase pero no le corta el teléfono, escucha a su amigo que le propone que vea El amigo americano. Arthur le dice que sí, que la verá, pero cuando la busca sólo encuentra Las alas del deseo y decide verla.
La noche está calma, como si en su interior albergara a todos niños recién comidos, bien educados que se van a dormir tranquilos, sanos. Arthur acaba de escuchar "Al mundo le falta un tornillo" y está de acuerdo con Cadícamo, pero ve como descansa la noche y cree una vez más en Buenos Aires. No le molesta el frío genocida ni el viento torturante, una ciudad que es gato negro entre los tachos de bassura detrás de una rata que no es otra cosa que un pobre ruido más, entre tantos, y que lo único que quiere es cruzar el semáforo en verde, llegar no tan tarde a su casa, sin matar a ningún motociclista apurado o borracho con el casco en algún codo. Arthur sube con la película en la mano y sabe que se atiene a verse a sí mismo como en un espejo en movimiento. A ver algo de Buenos Aires en esa Berlín. Y así es: la sombra de Arthur reposa en la pared en la que se proyecta la película y sólo los niños lo ven con alas en las alturas de su departamento, mirando una película que es reflejo de su vida hasta que se va a la mierda porque pretende ser sentimientos, ser materia, ser sangre, en fin, ser realidad. Ahí está Arthur, recostado en el colchón de su terraza y proyectado en una sombra que es pasado y error. ¿Quién puede ser tan estúpido de ver el mundo desde afuera y elegir integrarlo?
Carnaval sube al colchón apenas termina la película. Gira varias veces en el mismo lugar hasta que se recuesta en espiral. Arthur, en vez de pensar en que su perro, con el frío que hace, decide quedarse a su lado en vez de entrar en la casa, sigue enfurecido con la película. Pero lo que reprocha, en realidad, es su propia vida. Y ahí piensa en Anabela, que no es como en las películas. Y por eso enfurece
aún más. Y cree que hubiera sido más placentero ver El amigo americano, un asesino a sueldo siempre es mucho mejor plan que un cuasi ángel en blanco y negro.
Al rato vuelve a sonar el teléfono: otra vez Timmy. Es fanático de Wim Wenders y le dice que ya tiene escrita la versión porteña de Las alas del deseo. A Arthur le fascina lo que su amigo le cuenta, pero eso ya es otra historia.

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