Casi no puede tomar el té que tiene en sus manos. Cada vez que lo intenta vuelve a estallar en carcajadas que le hacen alejar rápidamente la taza de su rostro y, eventualmente, escupir el líquido que había entrado en su boca. Es que hay una escena que no se le puede ir de la mente. Se repite una y otra vez en la cabeza de Arthur (que está en la cocina, pero que a veces sube a la terraza sólo para volver a ver la escena): fiesta divertida en la casa del tipo aburrido. Todos tomando, borrachos, graciosos, armados, bailando, menos el dueño de casa, preocupado. De un momento para el otro se desata el tiroteo imaginario. Los actores actuando que actúan. Hay tiros, bombas, piñas, corridas hasta que se dispara un tiro de verdad que mata a la ficción y se acaba el juego. La trama es conocida y reproducida en diferentes versiones, pero esta interpretación es superior a cualquier otra.
La gran película no es más que un recuerdo de una excelente escena para la mente de Arthur. En su cabeza ya no están Marlon Brando, Robert Redford o Jane Fonda. Tampoco le importó la escena antológica en que matan a Bubber o que la película retrate el contexto social de una época y un lugar determinados. Arthur la vio porque leyó que el director era tocayo suyo. Y le gustó.
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