martes, 13 de diciembre de 2011

terrible

La película se llama El niño y gira en torno a las vidas de sus padres y lo que hacen o dejan de hacer con él. Con el niño. Lo aman, lo pasean por toda la ciudad a upa, en cochecito, en bondi, le dan de comer, lo venden, lo compran, lo visten hasta taparlo por completo, se lo pasan de mano en mano. Y mientras tanto el niño duerme. Alguna vez se le escucha un leve quejido pero no dura más que unos segundos y no llega al volumen que sólo los bebés pueden llegar con su llanto. El niño, por supuesto, es el mejor actor del rodaje. Y Arthur, por esto y por otras cosas, llora. Se emociona y se entristece. En alguna escena dice: es terrible. Y sus dos palabras quedan resonando en aire de la terraza como el agua de mar que llega a una playa y no se cansa de ir y venir por la arena húmeda. La voz de Arthur, en ese eco inalámbrico que navega por el aire como el Wi-Fi, se va distorsionando satánicamente. Tanto que a los pocos minutos de haber dicho esas palabras a Arthur le da un escalofrío escuchar una voz ajena que coincide con él y que no hace otra cosa que darle más dramatismo a algo que al fin y al cabo no están terrible; y Arthur lo sabe, pero también sabe que su sensibilidad no entiende de razonamientos y que eso le hizo perder muchas cosas pero también valorar, saber apreciar, muchas otras. Por eso es que cuando termina el film, entre lágrimas, Arthur se pone como loco, putea a los hermanos Dardenne, viejos hijos de puta, me cago en su puta cara. Y les dice todas estas y muchas otras cosas que tienen sentido si tenemos en cuenta lo terrible que es para Arthur que al final de la película, cuando aparecen los títulos, el niño, el infante, el bebé, “Jimmy”, que hoy debe tener unos siete años y seguro sabe leer, no aparece en el reparto.

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