El rocío lo despierta pero no tiene la culpa de lo enfermo que quedó después de esa siesta nocturna. Arthur casi no puede abrir los ojos. Está transpirando. Tiene fiebre y mucho frío. Le duele la ciática. Respirar le da nauseas, siente una acidez tremenda en la garganta.
Y, como si esto fuera poco, piensa.
Y al despertar, el no saber qué fue sueño y qué recuerdo, lo enferma. Literalmente.
Cuando Arthur está enfermo, piensa. Se hace preguntas. Entonces se dice a sí mismo que el ser humano puede llegar a cualquier cosa. Buena o mala. Y ahí, Arthur, duda: ¿el pensamiento está dentro de la naturaleza? ¿La razón es como una planta o como botella de vidrio? ¿Todo lo que hace el ser humano para destruir la naturaleza también es parte de la naturaleza? ¿Es natural que un tipo desmonte tres hectáreas de pino del mismo modo que es natural que de un huevo salga un pollo?
Y entonces, no sabe por qué, reflexiona sobre los alcances de la imaginación. Se da cuenta de que no son muchos y de que sólo pueden alcanzar niveles interesantes los que estén 1) bajo las influencias de alguna droga, 2) en sus primeros seis años de vida, 3) locos o 4) soñando.
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