viernes, 30 de septiembre de 2011

de cumpleaños

Hoy su abuela cumple 90 años. Hace décadas que no sabe nada de ella. No sabe si está viva. Y eso lo pone triste. Pero más triste lo pone recordar las charlas que tenía con su tío, hablando de todo menos de la familia. Y todo eso le remite a todos los cumpleaños de su abuela y piensa que es mucho tiempo. Pero la angustia no viene por pensar en ellos sino porque ellos le hacen acordar de su propia vida y de los hermanos de su abuela y de sus padres y de los hermanos de sus padres y de los hijos de sus padres. Y son todas cosas en las que Arthur no quiere pensar porque lo dañan. Existen varios pasados, piensa Arthur.
Su abuela, cuando cuidaba a Arthur, era casi ciega, casi sorda, casi inválida, casi pobre, casi analfabeta. Pero de eso Arthur se da cuenta recién ahora, con una mirada adulta. Y ahora entiende que una mujer simpática, linda, bondadosa, sensible, con una voz tan encantadora, que se caracterizaba por ser una excelente cocinera y anfitriona, haya pasado una toda su vida en soledad. El tío de Arthur la visitaba y llama seguido. Arthur pasó gran parte de su niñez a su lado escuchándola cantar siempre un tango distinto. Pero el resto de la numerosa familia no aparecía más que en retratos que la vieja dejaba por costumbre o por distracción.
Piensa en que la vieja debe estar sola en su casa. Hablando todo el tiempo. Sola o tal vez con el tío, único hijo que le llevó flores. Escuchando algún tango. Nunca nadie la entendió, piensa Arthur. Y se da cuenta de que no la llama porque le duele verse reflejado en ella, porque sabe que llamar es dar explicaciones, porque volver a ella es también volver a otros pasados menos deseados.
Al rato Arthur se va de la terraza. Se prepara un té y lo toma sentado en la mesada, como lo hacía en la cocina de su abuela. Y dice en voz alta “feliz cumple”. Y recuerda la dulce voz de su abuela. Y se imagina la luna rodando por Callao.

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