miércoles, 19 de octubre de 2011

china

Ve Qiu Ju, una mujer china. Y se da cuenta que odia a los chinos. Odia el sushi. La conchinchina. El chino mandarín. El “esto es chino básico” o el “de acá a la china”. Los pandulces Los dos chinos. El mafioso imperio de los supermercados. Los maoístas. La muralla china. Al de la tintorería, y con él a todos los que siendo argentinos, coreanos, japoneses o vietnamitas, sus amigos, conocidos y la gente que lo ve les digan chino.
Es que la película gira en torno de los ires y venires de Qiu Ju, que desde la ingenuidad campesina busca justicia. Es que el alcalde de su aldea le pegó una patada en las pelotas a su marido y eso no puede quedar en la nada. Una patada en donde más duele, dice Qiu Ju, en chino, por supuesto. Es que él había cargado primero al alcalde, con que no podía tener hijos varones (tenía seis hijas), por lo que no habría quién heredara el puesto. Es que los egos, en el interior de china, como en toda la humanidad, son cosa seria. Es que ella es una mujer que no se conforma con plata, quiere el honor de las disculpas, la palabra sincera, y para ello está dispuesta a enfrentarse al gigantesco monstruo burocrático de la superpoblada china. Es que una vez que te metés con la justicia “legal” no hay vuelta atrás. Es que el que golpeó a su marido es el mismo que al final le salva la vida a ella y al hijo que nace.
Y esa trama a Arthur le gusta, aunque no tolere que se trate de chinos.

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