lunes, 14 de noviembre de 2011

la mejor picada del mundo

La mejor picada del mundo Arthur la comió ya hace tiempo; aunque a veces la repite en un eructo delicioso. Se la preparó su abuela. En el ’82. El día que volvió de Malvinas, Arthur se tiró a dormir una siesta al mediodía. Sufrió tanto mientras dormía que nunca se lo pudo contar a nadie: siete horas de las más terribles de las pesadillas, esas que se basan en recuerdos que tememos y nos trasladan, como haciendo zapping, a lo cruel de la realidad, a lo triste de la humanidad. Cuando despertó la abuela le había preparado una picada de la gran flauta. La mejor picada que existió en el planeta. Con todo: queso gruyere y mar del plata, mozzarella, aceitunas verdes, negras y con morrones, kikos, jamón crudo y cocido, papas fritas, tomates secos, sardinas, picles, longaniza mercedina, salame tandilense, maníes pelados y con cáscara, sopressatta, lomo ahumado, roquefort y pan casero tradicional y saborizado.
Recordaba esa comida y pensó que no habría nada mejor en el mundo. Hasta que ve a un Al Pacino ciego pedir un habano Montecristo, oler mujeres bonitas (“en este mundo sólo hay dos sílabas que valen la pena: pussy”), manejar una Ferrari y bailar un tango de Gardel y Le Pera. Entonces se retracta, se da cuenta de que hay grandes cosas que aun no hizo, que hay grandes momentos que todavía no vivió. Y al rememorar esos tiempos Arthur se ve más emparentado con Charlie que con el Coronel Slade, por supuesto. Y eso le da bronca. Porque viendo los ojos de Charlie se ve a sí mismo volviendo de la guerra. Viendo a Charlie se da cuanta de que si volviera, de un segundo para el otro, a esa edad, a ese día de hace casi treinta años, repetiría su vida tal como la vivió. Y eso, salvo por la picada que le preparó su abuela y alguna otra cosa más, es lamentable.

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