domingo, 20 de noviembre de 2011

mosquito

Nunca lo hubiera imaginado pero estar ahí se vuelve un fastidio tan grande que decide irse.
Es que comenzó a ver Educando a Arizona y la película tomaba una velocidad agradable, el protagonista prometía realizar un papel impecable, la trama era divertida e interesante, pero Arthur no podía controlar su atención, que se perdía por otro túnel. No es que no la viera: su ojos estaban despiertos, apuntando a la pared con imágines, su boca estática, entre sonriente y abierta; pero del cuello para abajo todo era movimiento, incomodidad. Y el clima no tenía nada que ver, porque la noche primaveral era la más acorde para la película que estaba viendo. Su humor también era el indicado, ya que a los pocos minutos de comenzada la película Arthur se encontró con dos cosas le gustan sobremanera: las aventuras de un expresidiario y una historia de amor basada en el secuestro de un bebé. Todo, incluso la serenidad que transmitía Carnaval recostado en espiral al costado del colchón, la noche estrellada con una brisa tenue, el cigarro prendido consumiéndose en el cenicero, todo, desde las ganas de Arthur de no pensar en otra cosa que no sea la película que comenzaba a ver hasta los pocos ruidos que emitía la ciudad en una madrugada de martes, todo, indicaba que esta sería una noche ideal.
Pero hubo algo tan inexplicable como un mosquito volando a 140 metros de altura que rompió con todo ese clima que en apariencia era ideal. Y ese algo inexplicable fue, justamente, no uno sino varios mosquitos sobrevolando la terraza de Arthur.
Primero fue uno y éste lo volvió loco. Se le posaba en un lugar del cuerpo, Arthur se cachetea el antebrazo izquierdo y el mosquito ya estaba en el cuello, se rascaba el cuello y el insecto pasaba planeando entre la película y los ojos de Arthur. Así estuvo un tiempo (insoportablemente) considerable hasta que lo mata y se vuelve a concentrar de lleno en la película. Pero justo un instante después de volver a valorar lo ideal del clima, comienza a sentir que todo el cuerpo le pica: picaduras psicológicas, piensa. Siente que el mosquito que hacía unos segundos estaba vivo dejó secuelas en cada uno de los lugares en los que se posó, los que Arthur advirtió y los otros, que ahora le pican sin un sentido racional aparente. La cosa es que no termina de rascarse el dedo menique de la mano derecha que ya le está picando la oreja izquierda, se mira y tiene una roncha en la panza, a la altura del riñón, se pregunta cómo hizo el mosquito para llegar hasta ahí, lo maldice mientras se rasca una rodilla con una mano y una mano con la otra. Le comienza a picar la cabeza al tiempo que sus piernas comienzan a moverse casi autónomamente, desorientadas, nerviosas. Piensa en la posibilidad de no haber matado del todo al mosquito o que éste haya resucitado y justo en el momento en el que ve el cadáver a su lado, en el colchón, siente el ruido de otro mosquito que parece decido a estrellarse contra su tímpano, como si viniera de algún lejano lugar sólo para ver la cabeza de Arthur por dentro, como avión contra torre gemela o turista en museo o boliviano en aguas caribeñas, pero el mosquito no logra su cometido porque Arthur se roza la oreja con un violento manotazo, que a los reflejos del insecto sucede en cámara lenta. Y ese mosquito, o algún otro, vuelve a insistir pero ahora queriendo entrar por la nariz y Arthur sopla fuerte y hace un gesto como de recién estornudado. El mosquito parece posársele en muchos lugares y Arthur se desespera porque por la poca luz que hay en la terraza y por su insistencia en seguir viendo el film, no puede ver dónde está, ni siquiera cuántos y qué tan reales son.
En la escena en que la pareja del expresidiario y la expolicía, con su nuevo bebé en brazos, desayunan con los amigos prófugos, justo cuando Nicolas Cage se queda unos segundos en silencio y baja la cabeza en una actitud entre fastidiosa y desesperanzada, Arthur se para puteando para todos lados y sin apagar la película sale corriendo de la terraza.

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